lunes, 10 de enero de 2022

El síndrome de resignación (Efecto Blancanieves)

Este pasado mes de diciembre de 2021, mi amiga y colega Cristina Herce, psicóloga y traumaterapeuta, miembro del equipo docente del Postgrado de traumaterapia sistémica de Barudy y Dantagnan, me envió una excelente picada: un documental que emite la cadena Netflix titulado «La vida me supera» Nos recomendó -lo compartió en un grupo privado, después lo difundimos por redes sociales- que lo viéramos encarecidamente, advirtiéndonos de lo siguiente: «¡Tenéis que verlo! ¡Sin palabras!»

Y tras verlo de verdad que uno/a se queda sin palabras. Una sensación de angustia, de agua negra en el interior del cuerpo, de profunda pena y dolor por esos niños/as del documental y por sus padres, atrapados en una espiral de la que es muy difícil salir por la impotencia y la indefensión que sufren al verse limitados para recuperar psicológicamente a sus hijos/as, pues todo no depende de ellos. Viendo este documental podemos conectar perfectamente no sólo con la impactante repercusión psicológica de un trauma colectivo, sino también con la dimensión moral del problema, sufrido por muchas personas de países concretos como los de la Antigua Yugoslavia y en la actualidad, Siria. Los aspectos de cómo se posiciona una sociedad a nivel político, legal y moral son fundamentales para poder recuperarse de un trauma satisfactoriamente. 

Os dejo un pequeño fragmento de este documental para que sepáis de qué estamos hablando exactamente. Os recomiendo que los que podáis, lo veáis entero. 



Poco tiempo después de ver el documental, hablé con Cristina Herce y tomando un café ambos comentamos lo sobrecogidos que nos sentimos viéndolo. Nunca habíamos oído hablar de un síndrome así. Haciendo memoria, sí recuerdo a chicos/as que traté en mi consulta con comportamientos que en el continuo de la catatonia podríamos situarlos en la desconexión, pero no a este nivel tan extremo. Le comenté a Cristina como hace años un niño de 9 años llegó a la sesión de terapia y sin decir nada se tumbó en una colchoneta que usaba para la relajación y se quedó dormido toda la sesión… No entendí el significado de aquella conducta, pero al tocar el timbre de la puerta y tras haber estado yo a su lado toda la hora, se incorporó y sin hablar y como si no estuviera presente, se marchó. Vino a recogerle un educador porque… acababa de ingresar de urgencia en un centro de menores al cesar el acogimiento familiar. Sin ninguna duda tanta pérdida y el intenso sentimiento de abandono activaron la desconexión como una forma de apagamiento para no abordar la realidad doliente de sentir que me lo tenía que contar en la sesión -aunque obviamente no tenía por qué hacerlo-. También he conocido a muchos chicos/as con formas de resignación como no levantarse de la cama, quedarse día tras día parados, sin ganas de nada, apáticos y desilusionados, pues no podían con su vida... Todos ellos compartían la dura experiencia del maltrato y el abandono; y esta forma de resignación era la única defensa posible, al no encontrar bases seguras estables de vinculación en sus vidas. Sin embargo, nada comparable a este estado catatónico en el que están estos niños/as del documental, algunos durante meses…

También pensé en muchos niños/as supervivientes de orfanatos de baja calidad, provenientes de Rumania y de otras partes del mundo, que habían yacido durante meses, e incluso años, en las cunas sin apenas contacto humano -víctimas de abandono extremo-. La depresión anaclítica que padecieron tiene similitudes con este Síndrome de resignación. En sus cunas, tras la protesta porque nadie acudía, los niños/as dejaban de llorar porque sus cerebros se apagaban para no sufrir. Las familias adoptivas, cuando narraban el estado psicológico en el que conocieron por primera vez a sus hijos/as, referían historias muy duras y tristes que delatan hasta dónde puede ser el ser humano lobo para otro ser humano, usando la famosa frase de Hobbes.

Foto: XL El Semanal


El Síndrome de resignación es conocido también como Síndrome de Blancanieves. En este popular cuento se narra la historia de esta joven, que como es sabido la reina quiere eliminarla porque ve en ella una amenaza para su narcisismo. En un momento dado del cuento, «la reina malvada prepara una manzana envenenada, mitad blanca y mitad roja, se disfraza como una anciana vendedora y le ofrece la manzana a Blancanieves. Cuando esta se resiste a aceptar, su malvada madrastra, para que no desconfíe, corta la manzana por la mitad y se come la parte blanca y buena de la manzana, y le da la parte roja y envenenada a la princesa. Blancanieves come la parte roja de la manzana con entusiasmo e inmediatamente cae en un profundo sopor. Cuando los enanos la encuentran, no la pueden revivir. Como aún conservaba su gran belleza, los siete enanitos no tuvieron el valor para enterrarla, así que fabrican un ataúd de cristal y oro para poder verla todo el tiempo» (Wikipedia). Es por este estado de sopor o catatonia en el que entran estos niños/as por lo que este síndrome recibe el nombre de Blancanieves.

Para conocer sobre este síndrome, recurro a este artículo -compartido por María Teresa Miralles- publicado en la revista Aperturas Psicoanalíticas y cuya autora es Teresa Sánchez, profesora de la Universidad Pontificia de Salamanca, titulado: «Síndrome de resignación. Trauma migratorio, somatización y disociación extremas». Dice Teresa: «Conocí el extraño síndrome también bautizado como efecto Blancanieves a través de varios artículos de prensa que daban cuenta de la foto ganadora del World Press Photo Gente (Redacción TO, 2018). En ella, dos hermanas adolescentes en estado de coma yacían en sus camas como bellas durmientes. Ambas, de etnia gitana, provenientes de Kosovo, junto a sus padres, habían desarrollado una progresiva reducción estuporosa de su motilidad, perdiendo progresivamente diversas funciones autónomas hasta entrar en coma. El cuadro era conocido desde los años 90 y solo se localizaba en Suecia, pero en 2019 ya habían sido reconocidos varios centenares de niños apáticos, que ocupaban las alas pediátricas de los principales hospitales del país nórdico. El asombro aumentó al visionar un documental sobre el mismo tema, "La vida me supera", a través del cual se asiste a la complejidad y gravedad de un hecho aterrador que afecta a hijos de inmigrantes (principalmente de las antiguas repúblicas de la antigua Yugoslavia –huidos de las guerras civiles que asolaron varios países balcánicos–, pero también de repúblicas bálticas y recientemente de Siria).

»Los niños y adolescentes censados con este mal tienen entre 7 y 19 años y presentan síntomas insidiosos: pasividad, laxitud, aislamiento sensorial e interactivo del mundo, mutismo, dejan de comer, beber y caminar, pierden el control de esfínteres, cierran los ojos y se abandonan a un letargo estuporoso que a menudo deriva en coma. Neurológicamente, todo funciona bien en ellos, pero tienen una desconexión frontal respecto a la conservación vegetativa de su cuerpo. Por lo general tienen buen color en las mejillas y aparentan ser durmientes en un sueño ininterrumpido.

»El proceso que conduce al síndrome de resignación se desencadena al rechazarse la solicitud de residencia en Suecia para la familia de la que forman parte. Han sido testigos de violencia extrema, a menudo contra sus padres, durante el tránsito o la fuga desde zonas de conflicto a países seguros (Suecia). Las vidas de sus familiares protectores han estado en riesgo de muerte, sufrido traumatismos, coacciones, agresiones o secuestros, retenciones y tortura. Los menores han presenciado horrores ejercidos por las mafias o los vigilantes de frontera, a veces han llegado solos tras cruentos avatares de supervivencia y, cuando al fin se sienten a salvo físicamente, se ven vapuleados por un nuevo temor a la deportación o devolución al mismo lugar temible del que huyeron. Un largo período de incertidumbre tras el trauma sufrido es nefasto. Tienen miedo y, por ósmosis ambiental, respiran miedo en su entorno familiar inmediato. Como afirma Viñar: “la experiencia del terror marca no solo al sujeto agredido, sino a su grupo y a su descendencia… el lugar del testigo es tan crucial como el del sufriente”.

»El detonante es la conciencia del inminente peligro de devolución y la amenaza de repetición de las vivencias traumáticas que ya experimentaron o presenciaron durante su exilio o el de sus padres. Hay un interruptor de edad que oscila entre los 7 años y los 19, algo que ha llamado la atención de los investigadores pediatras, psiquiatras y medios de comunicación. Probablemente el síndrome no aparece antes, pues hasta los 7 años no se procesan frontalmente las informaciones como anticipo de inseguridades futuras, y después de los 19 años se entra en el ejercicio de responsabilidades adultas y no “se lo permitirían”».

Como vemos, estos padres y niños/as, han sido víctimas de las mayores atrocidades que los seres humanos pueden sufrir. Recuperarse de un trauma es sentirse no solo seguro (secure) sino también a salvo (safe). Y estas familias no pueden estarlo si su residencia es puesta en tela de juicio, con la amenaza de que pueden ser expulsadas del país. ¿En qué ética humana cabe que seres humanos expulsen a otros de un país cuando el deber es acogerlos para que puedan retomar un buen desarrollo? Si los niños/as necesitan de una base segura (y sentirse a salvo) para recuperarse, ¿cómo pueden serlo estos padres que están con su sistema de defensa activado de manera permanente? Sólo en un entorno de poderosas, sostenedoras y cálidas relaciones humanas y sociocomunitarias es posible no ya recuperarse de los traumas (eso no es la resiliencia) sino poder retomar la vida pese a las cicatrices y vivir con ellas una vida digna. Si los gobiernos les privan de este derecho, ¿qué les queda? El estado catatónico porque no pueden con la vida. Lo que estos niños/as y sus familias sufrieron en sus lugares de origen tuvo que ser realmente pavoroso para activar una respuesta así.

Cada vez soy más consciente de que las terapias psicológicas y psiquiátricas poco pueden si no hay un entorno psicosocial afectivo y solidario. Como dice la gran Judith Herman en su mítico libro «Trauma y recuperación»«las experiencias nucleares del trauma psicológico son el no tener poder (disempowerment) y la desconexión con otros. La recuperación, entonces, está basada en un proceso de recobrar el poder o empoderamiento (empowerment) y en la creación de nuevas conexiones. La recuperación sólo puede tener lugar dentro del contexto de las relaciones, no puede suceder en aislamiento. En su renovada conexión con otra gente, la superviviente re-crea las facultades psicológicas que fueron dañadas o deformadas por la experiencia traumática. Estas facultades incluyen las capacidades básicas para la confianza, autonomía, competencia, identidad e intimidad. Así como esas capacidades se formaron originalmente en las relaciones con otra gente, tienen que ser reformadas en tales relaciones».

Portada del libro en inglés de Judith Herman


En efecto, Teresa Sánchez dice en su artículo: «Como la mente no logra evacuar la tensión que la ha inundado repentinamente, ni tampoco posee mecanismos de defensa eficaces para asimilarla o traducirla y así ser comprendida psíquicamente, el resultado es una condensación traumática que puede traspasar la barrera paraexcitatoria y paralizar el psiquismo. Es muy importante tener en cuenta que los padres deben ejercer una función contenedora (holding) y transformativa (réverie), pero si están abrumados por la preocupación del futuro familiar, no pueden ejercer adecuadamente ninguna de las dos, dejando la resolución traumática de los hijos a merced de sus propios recursos, que son escasos o ineficientes».


Foto: La Vanguardia


Teresa Sánchez refiere que este síndrome puede considerarse un trastorno disociativo ante un sufrimiento prolongado extremo: «A tenor de las distinciones introducidas por González y Mosquera (2015), diría que los “niños apáticos” tendrían un apagamiento de la conciencia o disociación horizontal. La pasividad se impone sobre otros mecanismos de lucha, evitación, sumisión o adaptación. Conjeturo que, en este síndrome, las grandes somatizaciones son expresiones disociativas del trauma, cuando otros procedimientos (fuga disociativa, despersonalización, trance…) ya no son eficaces». Los niños y niñas -sin llegar a este extremo- que trato en mi consulta, en muchas ocasiones, ante la falta de vinculaciones seguras estables en su vida, cuando no se satisface su derecho a los buenos vínculos (abogado Hernán Fernández), desarrollan estados abúlicos que son manifestaciones de su sufrimiento. Y el entorno, una vez más, puede confundirlo con pereza y actitud negativa, castigando conductas que necesitan otras formas de abordaje basadas en el respeto, la seguridad y la recuperación de la conexión con el otro, que puedan constituirse en punto de apoyo desde el cual retomar la motivación para vivir. Por eso, nuestra labor debe centrar sus esfuerzos también en llevar adelante una traumaterapia ecosistémica (Barudy, Dantagnan y Gonzalo, 2021) en la que impliquemos en la recuperación a todas las personas que trabajan con el niño/a y deben de permanecer con él/ella, acompañándole en su camino: LA BASE de cuidados -como la denomina Maryorie Dantagnan-, los trabajadores sociales, los psicólogos, los psiquiatras, los maestros… Además, los profesionales sanitarios y educativos también tenemos un compromiso ético ineludible consistente en influir en otros profesionales como los abogados, los jueces y los políticos. Porque en manos de ellos están muchas decisiones sustantivas que inciden decisivamente en que estos niños/as y sus familias con traumas severamente complejos puedan recuperar las capacidades básicas para confiar, tener una identidad y sentirse a salvo e integrados en una comunidad verdaderamente acogedora.

REFERENCIAS

Sánchez, T. (2020). Síndrome de resignación. Trauma migratorio, somatización y disociación extremas. Aperturas Psicoanalíticas, (63), e2, 1-23

Herman, J. (2015). Trauma and Recovery : The Aftermath of Violence. From Domestic Abuse to Political Terror. New York: Basic Books.

Barudy, J., Dantagnan, M. y Gonzalo, J.L. (2021) La traumaterapia ecosistémica. Presentación utilizada en el contexto del Postgrado de Traumaterapia. Documento no publicado. 

González, A. y Mosquera, D. (2015). EMDR y disociación. El abordaje progresivo. Ediciones Pléyades.

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