jueves, 24 de diciembre de 2020

"El otro par", un mensaje para la esperanza


Sol invictus
Foto: pijamasurf.com
Como es tradicional en este blog, el día 24 de diciembre comparezco aquí para compartir con vosotros una reflexión. La Navidad -o solsticio de invierno para los no creyentes- se pierde en la noche de los tiempos. Ya era celebrado con grandes fiestas por los romanos (Las Saturnales) El cristianismo se apresuró a quitarle el cariz pagano y lo convirtió en una fiesta religiosa -la metáfora del sol que renace invencible: el nacimiento de Jesús como triunfo de la vida (luz) sobre la muerte (tinieblas)-. Sin embargo, en nuestros tiempos se ha convertido para muchos en una excusa más para el consumo desenfrenado. Por otro lado, "sentirse forzado a estar contento y reunirse con quien no quiero por que sí, porque toca”, hace que algunas personas odien la Navidad con todas sus fuerzas y están deseando que pase cuanto antes. Otros, en cambio, la viven con indiferencia. Y no pocos también la celebran con gran alegría y mesura -entre los que me incluyo- porque la memoria de la Navidad está impregnada de bellos recuerdos.

Foto: blogs.elcorreo.com

En esta época encaramos la recta final del año. Y este 2020 a nadie se le escapa lo duro que ha sido. Un año de dolor causado por la pandemia mundial por coronavirus. Por eso, no estamos para muchas fiestas. En las mesas de muchos hogares habrá sillas vacías en los días señalados porque faltan seres queridos -que no se hubiesen ido si no es por este maldito virus-. Muchas familias optarán por la separación para cuidarse porque reunirse puede ser peligroso para la salud. El riesgo está en que en las reuniones familiares podamos contagiar a quienes amamos y eso no nos deja estar tranquilos. Nos lleva a una dolorosa decisión que supone que mucha gente pase estos días sola. Además, hemos de sumar la crisis económica que ya sufrimos -y quizá se agrave-, los enfermos que llenan los hospitales -con visitas restringidas- y la perspectiva de que el invierno puede ser aún más crudo por la llegada de una posible tercera ola del coronavirus, con la amenaza de una nueva cepa que hace que la transmisión del mismo sea un 70% más alta. 

“Con todo esto -pensé- ¿qué mensaje puedo compartir con vosotros/as queridos/as seguidores/as y amigos/as de Buenos tratos?” Con la que está cayendo, no creo que un post lleno de optimismo ingenuo y de positivismo a ultranza sea realmente bienvenido por vosotros/as. Tenemos un elefante en la habitación, enorme, y no podemos ni negarlo ni evadirnos de ello.

No me llegaba la inspiración, y para hacer los post necesitas que una idea alumbre tu cerebro. “A pesar de todo -me dije- compareceré en el blog, creo que es mejor cumplir con lo que prometí: presentarme el día convenido a la hora que siempre publico” Ya la sabéis: las 9,30 hora peninsular española. 

Hasta que el pasado domingo 20 de diciembre, hablando con unos amigos, apareció la inspiración. Hasta ahora las musas nunca me han abandonado. Gracias a mis amigos, puedo hoy escribir algo medianamente decente -eso espero, al menos, y si no confío en que me perdonareis- para vosotros/as. Concretamente, hablaba con Carlos Escribano, líder de la banda musical MOU -Memorandum of Understanding- que como bien sabéis nos honró con sus conciertos en dos ocasiones (las III y las IV Conversaciones sobre Apego y Resiliencia). Carlos me compartía que realmente ha tenido que estallar una pandemia, un detonante, para que recibamos un mensaje contundente sobre hacia dónde dirigimos el planeta, es decir, el futuro de la humanidad. No podemos cimentar el desarrollo humano y el progreso a costa de agotar los recursos, cargarnos los ecosistemas, alterar el clima y crear profundas brechas entre los que tienen los recursos y los que no los tienen, entre los países ricos y los países pobres. Y pensar que nada va a pasar. Que podemos seguir tocando la música y bailando mientras el barco se hunde, como sucedió en la tragedia del Titanic.

¿Aprenderemos algo o seguiremos igual? Todos estamos deseando que acabe la pandemia y aguardamos la vacuna con esperanza. La esperanza de… ¿volver al ritmo de antes, en el que estamos quemando la madera de los vagones mientras la locomotora desenfrenadamente no sabe a dónde va? Hay expertos que dicen que no será tan fácil, que recuperarnos de esta crisis de dolor, muerte y devastación económica (esto aún está por llegar con toda su crudeza) llevará mucho más tiempo del que podamos pensar. 

Foto: elindependiente.com
Entramos en el territorio de la incertidumbre. Y esta genera ansiedad porque sentimos que no tenemos el control y que nuestras viejas comodidades pueden verse profundamente alteradas. Lo único claro es lo que me dijo Carlos Escribano: “este virus es nuevo en el sentido de que aunque se conoce desde hace tiempo, no se ha estudiado en profundidad. A ciencia cierta, todavía no hay evidencias incontrovertibles ni sobre sus consecuencias en la salud a largo plazo ni sobre la vacuna ni sobre su impacto a nivel socioeconómico” No lo sabemos. También las teorías sobre su surgimiento arrojan dudas. Hay una versión oficial que afirma que saltó de un animal (murciélago) a un humano, pero -como bien dice Rafael Benito- esta versión a algunas personas les parece tan prosaica que el hemisferio izquierdo de su cerebro -necesitado de narraciones interesantes y fascinantes- crea las más diversas teorías, algunas realmente delirantes y trufadas de todo tipo de conspiraciones. Parece ser que con el fin de controlarnos, como si fuésemos súbditos de los habitantes de la novela 1984 del autor Orwell. “¿Quizá pensar que un ente les quiere controlar a algunos/as les hace sentir precisamente que tienen el control no dejándose supuestamente manejar?”, pensé el otro día. Como si ellos supieran lo que se cuece mientras los demás, adocenados, obedecemos ciegamente lo que dicen las autoridades sanitarias. Pero lo cierto es que la OMS (Organización Mundial de la Salud) aún no tiene pruebas definitivas sobre cómo se originó el virus. Así que, realmente, no sabemos mucho de este coronavirus. Y esta incertidumbre, como digo, nos genera ansiedad. Y es lo que los seres humanos peor toleramos. Este es uno de los aprendizajes de la pandemia: aprender a manejarnos con la incertidumbre, buscando las redes de apoyo psicosocial que nos puedan ayudar a sujetarnos. El instinto de apego es cuando ahora cobra todo su sentido y necesidad. Nos sentimos más confortados cuando las personas especiales a las que queremos nos brindan su consuelo, apoyo, calma y seguridad. 

Tras hablar con Carlos Escribano, llego a casa y estoy con ganas de ver una serie titulada “El colapso” La verdad es que su visionado te deja mal cuerpo, pero, a la par, transmite una gran lección y te abre los ojos. Mi amiga Erenia Barrero me la recomendó, habiéndome advertido antes que es muy impactante, aunque de gran calidad. Y así es. 

La serie sobrecoge mucho más porque vivimos en un contexto de pandemia por el coronavirus. Presenta un escenario distópico en el cual el mundo ha colapsado porque algo ha pasado -no se dice concretamente qué, un punto a favor de la serie pues genera desasosiego-, algo, desde luego, grave. El planeta ha reventado su sistema. No hay recursos básicos para la vida (distribución de alimentos, combustible para los vehículos, medicinas…) Reina el caos y empieza la lucha por la supervivencia. Grabada en plano secuencia, un gran recurso narrativo para rodar series de este tipo, y sin necesidad de grandes presupuestos ni efectos visuales fulgurantes, consigue traspasarte la piel, crear tensión y que te enganches a la misma. Son episodios cortos, bien narrados, con un suspense que se palpa y sobrecoge.

Un portal especializado ha dicho de esta serie lo siguiente: “Ya sea en cine o en televisión, estamos más que acostumbrados a presenciar el fin del mundo desencadenado por los motivos más diversos; desde desastres nucleares a conflictos bélicos a escala mundial, pasando por invasiones alienígenas, catástrofes naturales o resurrecciones masivas de cadáveres sedientos de sangre; pero pocos tan mundanamente aterradores como el que explora 'El colapso'.

Basándose levemente en la teoría de Olduvai, que establece que la civilización industrial actual tiene una fecha de caducidad de unos 100 años —expirando en 2030—, tras la cual experimentaría una regresión a épocas anteriores con sus consiguientes modos de vida y sistemas sociopolítocos y económicos, 'El colapso' opta por prescindir de cualquier tipo de explicación sobre el origen de la debacle para volcarse en lo verdaderamente importante: el drama.

A través de ocho episodios autoconclusivos cuyo metraje medio ronda los 22 minutos, interconectados entre sí de un modo tan sutil como inteligente, la producción de Canal+ brinda un ejercicio apocalíptico que sale triunfante del mayor reto al que se enfrenta toda antología: mantener una calidad constante en todos sus fragmentos.

En el caso de 'El colapso', las ocho piezas muestran un nivel asombroso en términos narrativos y una variedad conceptual envidiable que se traduce en una espiral de emociones que abofetea al respetable; recorriendo lugares como la angustia y la desesperación más viscerales o el conflicto humano más intimista —es difícil contener las lágrimas en el sexto capítulo—, culminando en un crítico fin de fiesta dominado por la frustración.

Pero entre una dramaturgia de primera categoría, unos personajes reales e imperfectos que proyectan lo mejor y lo peor de nuestra especie y un imaginario para enmarcar, destaca un recurso formal que impulsa al show de lo notable a los terrenos de lo excelente”



¿Llegaremos a este punto que se narra en esta serie? No lo sé. Espero que “este mundo absurdo que no sabe a dónde va”, como dice Aute, sepa cambiar el rumbo. Confío en ello, aunque depende de todos/as y cada uno/a de nosotros/as. Como bien dice el crítico de esta serie, los seres humanos somos capaces de lo mejor y de lo peor. Y esto en “El colapso” se ve con meridiana claridad. Hay tipos humanos y colectivos que solo piensan en ellos y en salvarse y activan su cerebro reptiliano, el cual sigue el lema hobbesiano “el hombre es un lobo para el hombre”. No quieren morir y ellos/as y sus hijos/as están por encima de los demás. Pero en la serie también aparecen personas y colectivos capaces de dar lo mejor, siendo conscientes de que solo mediante la cooperación y la colaboración social -un sistema que los humanos pueden desarrollar mucho más que ninguna otra especie animal- podremos salir adelante y sobrevivir -y vivir- todos y todas. Porges (2017) apunta que el sistema de colaboración social se asienta en el mismo sistema nervioso, hay una fundación neurofisiológica sobre la que se construye la conducta social, si es que la crianza y la educación se centran en estimular y potenciar este sistema.

Pero, ¿dónde está la esperanza de la que hablo en el título de este post? La Navidad contiene un mensaje de esperanza, la misma llegada de Jesús es el nacimiento de un Salvador para los oprimidos. Los romanos, por su parte, rendían tributo a la nueva venida de la Luz. El culto a la luz, al Sol invictus, se pierde en la historia de la humanidad, la luz vence a las tinieblas...

Foto: youtube

Es verdad que el futuro pinta un tanto oscuro, no lo podemos negar. Los estudiosos dicen que muchos efectos del cambio climático, de la sobreexplotación y expoliación del planeta ya están aquí -el coronavirus sería un síntoma- y que son irreversibles, sólo podemos frenar y paliar las consecuencias, prepararnos para poder sanar lo mejor posible a un planeta herido. 

Pero...

En mi humilde opinión la esperanza está en todos/as y cada uno/a de nosotros/as con nuestro efecto multiplicador. La familia y la educación (los/as que son educadores/as y profesores/as) tienen en sus manos inculcar en los niños/as nuevos valores que incidan en que desarrollemos nuestro sistema de colaboración social. Además de valores cooperativos, solidarios y del bien común, la experiencia y la educación en la empatía son fundamentales. Sólo así podremos aminorar el individualismo y el neoliberalismo (el crecimiento económico por encima de todo) a ultranza que asolan el planeta. Estos valores nos permitirán sacar en esta crisis pandémica -y en futuras adversidades y posibles escenarios traumáticos- lo mejor de nosotros/as mismos/as. Frenará que usemos la lucha (violencia) y la huida, que evitemos convertirnos en reptiles (depredadores) que sólo maximizan su vida y bienestar -y si hay que pisar al otro, se le pisa, primero me salvo yo- y potenciemos el cerebro superior en toda su capacidad de ver y sentir al otro como importante porque suma al colectivo.

Después de ver “El colapso” necesito sentirme mejor y no caer tampoco en un pesimismo destructivo. Por ello, cojo de mi biblioteca el libro de Luis Moya titulado: “La empatía: entenderla para entender a los demás” Y al leer un capítulo, me doy cuenta de que es posible que desde cada uno/a de nosotros/as podamos expandir esta capacidad que creo puede llevarnos a un planeta mas justo, humano y solidario. Entonces, la angustia que me había dejado en el cuerpo la serie “El colapso” va mitigándose al leer esto: “Cuando me puse a revisar todos los artículos sobre empatía y cerebro, me di cuenta de que esas partes del cerebro se solapaban de forma sorprendente con la agresión y violencia. Por ello, argumenté que los circuitos cerebrales para la empatía y violencia pueden ser parcialmente similares, es decir, las mismas partes del cerebro pueden controlar ambas. […] Siguiendo el razonamiento, ¿puede entonces la empatía inhibir biológicamente la violencia? Es por todos sabido que fomentando la empatía disminuimos la violencia; si alguien se pone en tu lugar es más difícil que te agreda. Pero no sólo es una cuestión social sino biológica. Quizá la estimulación de esos circuitos cerebrales en una dirección podría reducir su actividad en la otra” […] No quiere decir que una persona empática no pueda ser violenta, pero cuando alguien tiene la habilidad de ponerse en la piel de otra persona es más difícil que se comporte de forma violenta, al menos en ese preciso momento”

Portada de un libro de Luis Moya
Creo que debemos empezar esta labor empática en nuestros círculos para que se expanda: con nuestras parejas, con nuestros/as hijos/as (en este mismo blog ya he hablado de la empatía como la “medicina” que necesitan los/as niños/as maltratados/as; porque es posible afirmar de ellos/as que potencialmente pueden repetir el ciclo de la violencia y el maltrato, pero no están determinados/as en absoluto. Para ello hace falta sacarlos fuera de las fuentes que les dañan y trabajar duramente para revertir esos circuitos cerebrales y que desarrollen así, con paciencia y perseverancia, la capacidad de empatizar porque la han experimentado con un otro significativo, adulto facilitador), con nuestros/as amigos/as, con nuestros vecinos, con cada persona que nos encontremos a lo largo del día… Esto contagia tanto o más que el coronavirus… Contagia humanidad. 

Que el espíritu de la Navidad sople empatía todo el año. 

Cierro el libro de Luis Moya más tranquilo y calmado. Esperanzado. Y recuerdo un vídeo titulado “El otro par” que hace meses me compartió una compañera por whataap (un corto ganador de un concurso internacional) Y me viene la inspiración para este post… Todo fluyó en mi mente después de despedirme de mis amigos, el domingo 20 de diciembre de 2021. Y decido escribir sobre ello, diciéndome: “terminaré el post compartiendo con todos y todas mis queridos/as amigos/as y seguidores/as de Buenos tratos este maravilloso vídeo que escenifica sin palabras y brevemente qué es la empatía, de la buena; será el mejor modo de cerrar el artículo y de desearles una esperanzada Navidad y Año 2021”


Antes de terminar, quiero compartiros una entrevista que me hizo mi colega y compañera Elena Reiriz Piñeiro desde En Mi Lugar Seguro-blog donde ambos charlamos sobre los buenos tratos. Os dejo el enlace para quienes deseéis escuchar la entrevista. 


Buenos tratos regresará el día 11 de enero de 2021.

Cuidaros / Zaindu

3 comentarios:

  1. Quizá sea una reflexión diferente pero en la línea de este blog; como persona que durante su infancia sufrió malostratos, abusos y negligencia (al punto de un intento de homicidio), sin intervención adecuada por parte de profesionales, incluso con profesionales (fiscales, trabajadores sociales, profesores, profesionales de salud mental, etc...) que me culpabilizaban a mí, me resulta chocante y terriblemente contraproducente cuando se habla de niños que han sufrido como "irrecuperables", sea como cotilleo popular ("Pobre, nunca se recuperará"), o incluso como comentario entre profesionales ("no es rehabilitable, no beneficiaría de tratamiento psicológico, sólo medicar, a un hospital de día y sin estudiar, etc...").

    O, al revés, también es aberrante cuando se fuerza una positividad fuera de lugar y se obliga a dejar en el pasado aquello que produce secuelas bien presentes.

    Y entiendo que los padres adoptivos, o los terapeutas (hayan o no padres), se sea niño, adolescente o joven, se desesperan.

    Yo puedo decir que a mis 24 años y conociendo este blog desde casi sus inicios, me ha dado esperanza.

    A pesar de no haber recibido tratamiento adecuado, actualmente soy graduada en farmacia, me han aceptado para realizar una tesis doctoral en biotecnología, estudio filosofía por la UNED, he escrito un pomeario que estoy intentando publicar (sóbre cómo hacerte un hueco en el mundo después de tanta desgracia), y otros muchos proyectos en mente. También tengo un blog en sus inicios de protesta (muy subjetivo, lo serio me lo reservo para publicar)

    Un saludo, muchas gracias por vuestra gran labor
    Angela

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  2. Angela, muchas gracias por tu comentario, me he emocionado leyendo que lo conoces desde que tienes 14 y que te ha dado esperanza... Si este blog ha logrado esto contigo, para mí es uno de los mejores regalos que puedo recibir en estas fechas. Gracias por hacérmelo saber. Estoy muy de acuerdo contigo respecto a la irrecuperabilidad de los niños, necesitan su proceso de sanción y encontrar su camino, el que ellos puedan hacer. En tu caso vemos que es un camino brillante. Un saludo afectuoso y muchas gracias a ti! José Luis

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  3. ¡Gracias a ti por el gran trabajo!


    Sé que es utópico, pero me gustaría que nadie pasara por lo mismo, no sólo por los malos tratos sino también por la desatención del sistema que lo empeora... La sociedad falla en su conjunto... ¿Conoces a Abel Azcona? Es un ejemplo...

    Si estás sólo,siempre quedan secuelas y mucho sufrimiento a pesar de los logros.


    Un saludo,
    Angela

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