lunes, 1 de julio de 2019

La metáfora de un pulpo fue el comienzo de su transformación. ¡Nos vemos en septiembre, felices vacaciones!

En julio y agosto no publicaré post temáticos, pero anunciaré cursos, libros y otros acontecimientos. También seguiré publicando asuntos relacionados con el evento de las IV Conversaciones sobre apego y resiliencia infantil, como las entrevistas a los ponentes que faltan. Así pues, estaremos en modo conexión.

Para inscribirse en las jornadas:

www.joseluisgonzalo.com/eventos

Unas líneas para daros de todo corazón a todos/as las gracias por hacer y difundir Buenos tratos una temporada más. Ha sido un año repleto de contenidos, nuevos libros, referencias a interesantes artículos y cuentos, reflexiones…



Me siento satisfecho y feliz de dirigir y escribir este blog en el que participan, además, desinteresadamente, numerosos compañeros/as y colegas que nos regalan sus conocimientos y experiencias, tanto en el ámbito académico como profesional. ¡A ellos y ellas, muchas gracias!

Me voy contento a tomarme dos meses de descanso y reposo, para regresar en septiembre con nuevos bríos y seguir ofreciéndoos contenidos relacionados con los temas que nos apasionan a todos/as: apego, trauma, desarrollo, resiliencia y mentalización. 

Y volveré en septiembre doblemente feliz de retomar este espacio de reflexión y también porque… ¡os veré físicamente! ¡La magia del contacto real! El 4 y 5 de octubre es la IV Edición de las Conversaciones sobre apego y resiliencia infantil, nuestras jornadas en San Sebastián (Gipuzkoa, País Vasco, España), en las que espero, como en anteriores ocasiones, que nuevamente conectemos emocionalmente. Creo que serán unas jornadas inolvidables porque los ponentes son excelentes, pero también por todo lo que allí va a suceder (sorpresas, celebraciones resilientes, la fiesta del viernes noche…) Todos los que formamos la familia del paradigma de los buenos tratos de Jorge Barudy (profesionales de la red apega, padres, madres, familias, otros profesionales que colaboran con la red y forman parte de ella…) nos juntamos gracias a este blog que nos une y vincula. ¡Así que me voy más contento que nunca sabiendo lo que nos espera al regresar!

El otoño nos traerá novedades bibliográficas, porque Maryorie Dantagnan y yo hemos colaborado en un libro en el que participan numerosos y prestigiosos autores del ámbito hispano y también de habla inglesa, un libro coral, impulsado y coordinado gracias al entusiasmo y dedicación de Mario Marrone y Elsa Wolfberg, titulado “Apego y parentalidad”, editado por Psimática, en el que nuestra colaboración es con un capítulo sobre la traumaterapia con personas menores de edad adoptadas. Os hablaré del mismo oportunamente, en cuanto me avisen que está listo para distribuirse. Pero ha sido un honor que personas con la trayectoria y la prestancia de Mario y Elsa nos hayan elegido para formar parte de este proyecto. Me siento agradecido y feliz de poder presentar en el ámbito especializado del apego y la parentalidad nuestro proyecto de traumaterapia infanto-juvenil sistémica con población adoptiva. ¡Es como si te seleccionan para jugar en el equipo de tu país!

El curso próximo será la treceava temporada del blog. Me comprometo a escribir todo lo más que pueda, al menos una vez al mes, pero las colaboraciones de otros colegas no puedo asegurar que sean mensuales, como hasta ahora, pues no siempre puedo ofrecerlo, depende de muchos factores (disponibilidad, selección apropiada del profesional, deseo de escribir…) Tengo claro que seguirán desfilando por aquí otros colegas y profesionales de ciencias afines, pero posiblemente de una manera más aleatoria, según vaya surgiendo y dándose. 

Quiero terminar con una metáfora y una historia de un niño que invite a la reflexión. Puede ser paradigmática de otros niños y niñas a quienes les ocurra algo parecido. Mi regalo de fin de curso.

Se trata de un niño que trato en mi consulta, de 8 años, con el clásico diagnóstico de trastorno de conducta oposicionista, inteligente, adoptado a los dos años, y con un fuerte sentimiento de abandono materno, con gran dolor emocional, que tiende a evitar, trata de desconectarse del mismo mediante la disociación del afecto asociado para no sufrir y conectar con la injusticia “y el no puedo comprender”, y la rabia que esto acarrea para él (como el mismo niño me dijo en una ocasión) Cuando se expresa con palabras, parece un pseudoadulto, en sus maneras y formas, y trata de distanciarse de lo que dice, como un informante externo, como si no le ocurriera a él. 

Pero a través de lo que llamamos disparadores (estímulos externos o internos que precipitan una respuesta emocional, cognitiva y/o conductual en una persona y que son reflejo de activación de memorias traumáticas del pasado) de su vida cotidiana, el dolor emocional se expresa en forma de rabieta o resistencia a la autoridad (ellos puede que nieguen el dolor, pero este existe, está apartado, lo evitan). Normalmente, todo lo que para este niño sea una injusticia, por pequeña que sea, conlleva una respuesta de discusión y rabia. A veces, puede no obedecer al adulto, y si entra en escalada con este, puede haber una agresión verbal, y muy ocasionalmente, física, acompañada de verbalizaciones con voz muy alta y con gran rabia en las que dice: “¡¡no es justo, no es justo…!!” 


Leí en un libro de Joan Lovett ("El laberinto del trauma y el apego") que muchos niños y niñas que han sufrido grandes injusticias, es decir, la vida les ha sacudido temprano y duro (perder un progenitor, ser abandonados por sus padres, guerras, hambre, pobreza… en fin todo el repertorio de desgracias que los seres humanos podemos padecer o nos pueden hacer padecer otros seres humanos) cuando en la actualidad les pasan pequeñas injusticias, estas tienen el calibre de ser (significar) para ellos enormes e intolerables, porque ya no hay espacio para más dolor. Entonces su capacidad de mentalización se interrumpe temporalmente y tergiversan la comprensión de la mente del otro: “Tú me has empujado…” cuando desde fuera otras personas verían un roce… “Y es injusto que me empujes”

Los niños diagnosticados clásicamente de trastorno de conducta oposicionista suelen negar su participación en los actos que ellos causan. Su capacidad de mentalización está afectada porque distorsionan la mente del otro (atribuyen intenciones hostiles, tergiversan los motivos de los demás, piensan que los otros son malos, persecutorios, no disponibles…) Como dice Joy Silberg (2019), tras este diagnóstico se encuentra una historia de trauma temprano, alteraciones en el vínculo de apego, y a veces, disociación (una parte de la personalidad de estos chicos con todos sus afectos, es negada y ocultada -la que sabe que ha hecho mal-, es percibida difusamente y no está presente en la conciencia de su self, con lo cual no se beneficia de las consecuencias y las reflexiones porque no está presente, está apartada en una isla de su cerebro que no conecta con la experiencia del aquí y ahora. Por eso pueden decir una serie de cosas y acto seguido hacer otras) Suelen ser calificados como mentirosos/as, pero, ¡qué duro ser calificado como mentiroso/a y ser castigado/a cuando tu self no sabe muy bien de qué te están hablando!

Necesitan ir conectando con las partes disociadas -y los afectos que estas contienen- de su personalidad y que no perciben, hemos de crear un entorno terapéutico seguro y de validación emocional para que puedan salir. Casi nadie en el entorno valida la experiencia subjetiva de estos niños/as, pues sus conductas suelen ser tan intolerables, a veces dañinas, causan tanto enfado en los adultos que están a su cargo, que lo que sale es el límite normativo y en ocasiones, la segregación por parte de los compañeros (si con estos se dan también problemas de relación) El niño/a empieza a recibir un refuerzo por las conductas negativas al prestarles mucha atención, pero nadie se ocupa de ir más allá, de entrar dentro, de comprender su mente, lo que se oculta y no se muestra: emociones, motivaciones, sensaciones…

Estos niños/as necesitan que el entorno familiar, profesores y otros profesionales vayan a una en un plan de intervención donde puedan recibir una explicación de por qué se comportan del modo en el que lo hacen, una validación de su dolor interno y de las formas en que este se expresa y consecuencias a las conductas negativas cuando -aunque él o ella niegue que las haya hecho-, haya evidencia por parte de terceros de que sí las ha cometido. Si, como dice Joy Silberg (2019) -en esta maravilla de libro que me estoy devorando y del que os hablaré más en septiembre-, “El niño superviviente”, ponemos consecuencias a conductas que el niño/a niega y que no sabemos si han pasado o no, estamos reforzando cada vez más la evitación-disociación, pues solo reforzamos la conducta de la parte que está presente (la que niega que haya hecho esos actos negativos)

Además de una intervención coordinada y con todos los profesionales bajo el prisma del trauma y la disociación, es muy importante que todos los que intervienen y trabajan con el niño/a vayan a una. Si cada profesional hace por su cuenta lo que honestamente considera, será un escenario de caos donde el niño/a o joven se pondrá en modo superviviente. El psicoterapeuta especializado en este tipo de alteraciones de conducta de origen traumático ha de hacer un trabajo (con gran paciencia y perseverancia) donde no entre en el juego de “tú has hecho…” y el niño/a dice: “yo no…”, una lucha de poder en la cual el niño/a gana siempre. Esa confrontación es infructuosa. Lo mejor es tratar de que poco a poco, mediante la conexión con eventos del presente relacionados con sus respuestas, podamos ir dando lugar (con sintonía emocional y gran validación al niño/a en su persona y motivos internos) a que aparezcan las emociones y el recuerdo espontáneo de muchos de sus actos. Muchas veces niegan lo que han hecho porque una parte de ellos cree que no ha sucedido (amnesia). Hemos de favorecer la emergencia del recuerdo y así con ello la posibilidad del reconocimiento de sus actos, así entenderemos a la parte que niega (porque no recuerda claramente) y sus razones y emociones.

Siguiendo a Joy Silberg, con este niño dediqué mis esfuerzos a que me hablara de otras situaciones similares (no las que habían sucedido y en las que le reconvenían) de presente que le ayudaban a reconectar con las emociones dolorosas o difíciles que tienen las situaciones que para él son injustas. Fui validando (es un niño pequeño aún, 8 años) cómo debía de sentirse e hice con él una técnica que llamamos en Traumaterapia infanto-juvenil sistémica “Por dentro y por fuera” No pensé que le había llegado tanto, pero la semana siguiente en la que nos tocaba sesión, me sorprendió porque vino con un pulpo de tela con patas que se clavaban con unos alfileres. Y me dijo:

"Yo" por fuera, lo que a la gente le parezco: pego, insulto, hago rabietas, grito, me escapo… cuando algo pienso que es injusto 

"Yo" por dentro, lo que la gente no ve: soy bueno, quiero a la gente, sufro por no saber qué fue de mi madre biológica y por qué no nos pudo cuidar, miedo, rabia… (Es lo que estaba por debajo de cada pata del pulpo, tapada por esta, y que no se ve) 

A partir de esta metáfora, de trabajar todos en el entorno para validar su mundo interno y de poner consecuencias (sobre todo de beneficio a la comunidad y de fomento de la empatía) por conductas negativas de las que teníamos evidencia (aunque él negara) y dejar de reforzar las negativas de las que no teníamos pruebas, fue el comienzo de su transformación. Por supuesto, con grandes dosis de aceptación de su persona, de sus cualidades (porque es un niño adorable cuando no explota o le salen las ganas de hacer daño cuando él percibe algo que es injusto para él), de afecto y compasión, de comprensión hacia él y sus mecanismos para sacar su malestar, y mucha, mucha paciencia y trabajo e implicación por parte de sus padres adoptivos y profesores, un año y medio después, estas alteraciones han disminuido notablemente y él se siente mucho mejor. Se siente más feliz: ríe, disfruta, juega, se muestra más cariñoso, corre, salta, se muestra curioso… 

Hace poco me trajo un regalo (antes yo no existía en su mente para nada. Cuando un niño/a te trae algo de él en la terapia, es un gran avance, empiezas a existir tú en su mente, empieza a ver a las personas) y le pregunté por qué me lo traía (después de darle las gracias, era un regalo además que él sabía que me podía gustar, otro detalle):

-Porque eres muy buena persona-. Me dijo.

Me emocioné y nos dimos un abrazo.

Si un niño/a siente como bueno a alguien, puede entrar lo bueno o puede haber espacio para lo bueno (arquetipo) en su mundo interno, y para obrar buenamente.

“Manada de hombres y mujeres buenos y buenas”= paradigma de los buenos tratos = Jorge Barudy.

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