lunes, 19 de octubre de 2015

El abuso sexual infantil, por Olga Guerra Arabolaza


Diez meses, diez firmas

Profesional invitada en el mes de octubre 2015:


Olga Guerra Arabolaza



En este post que he invitado a escribir a la psicóloga clínica Olga Guerra Arabolaza, experta en maltrato y abusos sexuales a menores, nos expone la complejidad del tema. "La mejor detección posible es conocer a la criatura que tenemos delante", afirma sabiamente Olga. En este artículo ahonda sobre los tipos de abusos, cómo actuar ante una revelación por parte de un menor que refiere sufrirlos, los tipos de evaluación y las ayudas que son necesarias, así como otro tipo de cuestiones que es necesario que como familias (biológicas, adoptivas, acogedores...) sepamos y reflexionemos. Muchísimas gracias, Olga, por tu participación en el blog Buenos tratos.


Olga Guerra Arabolaza. Psicóloga Especialista en Psicología Clínica. Master Degree en Psicología Clínica por la Universidad de NY (USA). Psicoterapeuta y docente acreditada por la Aesfashu y por la FEAP. Diplomada en psicoterapia infantil por L'IFIV de Barcelona. Trabaja en la Sección de Infancia y Familia del IMAS, Palma de Mallorca, desde el año 1988. Autora de varios artículos relacionados con el maltrato y abuso sexual a menores.

Cuando algunas de las personas que me conocen y saben a lo que me dedico en mi vida profesional, me preguntan qué podríamos hacer para saber cuándo un menor está siendo abusado sexualmente o qué cosas podríamos hacer para detectarlos con mayor eficacia, no sé muy bien que contestarles. Y les puedo asegurar que no es por falta de conocimiento en la materia sino por la enorme dificultad que entraña contestar esta simple pregunta.

El fenómeno del abuso sexual infantil es muy complejo. Los menores que han sufrido abuso sexual constituyen un grupo muy heterogéneo tanto en función de su capacidad para afrontar la situación como por el apoyo que reciben de su entorno. Está muy extendido en la población, y su incidencia y prevalencia es muy elevada. La prevalencia es la proporción de individuos de un grupo o una población que presentan una característica o evento en un momento o en un período determinado.

Existen muchos tipos de abuso sexual y estos pueden darse dentro o fuera de la familia. Según sea la edad en la que el abuso sexual empieza en la vida del niño/a, éste podrá ser reconocido cómo tal o no. Sus consecuencias y efectos a corto, medio y largo plazo, variaran dependiendo de todos los factores mencionados y, para complicar más las cosas, nos encontramos que en un porcentaje alto de los casos, cerca del 40%, los menores no presentan ningún tipo de sintomatología que nos haga sospechar que ese niño pueda estar siendo objeto de abuso sexual infantil por parte de otros menores o de algún otro adulto.

En la mayoría de los libros y artículos que hacen referencia a este tema mencionan largas listas de indicadores de posible abuso sexual infantil tanto a corto como a largo plazo que nos podrían servir para la detección precoz de los mismos. Pero ni se dan todos, ni todos tienen la misma relevancia y, en el fondo, como su nombre bien indica, sólo se trata de eso, de “indicadores” que nos pueden hacer sospechar que algo de esta índole puede estar sucediendo pero, en base a los cuales, no podemos afirmar nada con seguridad. Además, estos largos listados de síntomas son en su mayoría desconocidos por la población general: padres de familia, maestros, pedagogos, educadores sociales, jueces, policía, etc. que son los que podrían detectar y denunciar estos casos.

Así que si tuviera que responder a esta pregunta y pronunciarme sobre la mejor forma de detección que existe, no sólo para el campo de los abusos sexuales infantiles sino para cualquier otro tipo de maltrato, diría que esta consiste, sin ningún tipo de duda, en conocer bien a la criatura que tenemos delante. Entonces sabremos de verdad qué le está sucediendo.

Cuando unos padres, maestros o tutores están atentos al desarrollo de sus hijos, alumnos o pupilos y los conocen, tratan de buscar espacios de interacción con ellos, los escuchan, etc., saben de forma inmediata cuándo algo les está pasando o si hay alguna cosa que les preocupa. Los signos que se observan pueden ser de distinta índole como por ejemplo, cambios significativos en sus estados de ánimo sin motivo manifiesto, cambios en sus hábitos alimenticios que llaman la atención, problemas en las pautas del sueño, cambios repentinos en su comportamiento y rendimiento escolar, lenguaje y conductas sexualizadas infrecuentes para la edad del menor, etc. que no guardan explicación alguna con nada de lo que aparentemente están viviendo.

En resumen, uno es capaz de detectar y de saber que algo está pasando cuando conoce de verdad a la criatura que tiene delante. Quizá no pueda dar una explicación coherente en un primer momento, ni decir de qué se trata, pero sabe que algo en la vida de ese niño/a ha cambiado. El averiguarlo es sólo cuestión de paciencia y perseverancia ya que el silencio es el mejor aliado del agresor y el peor enemigo del niño debido a las amenazas que puede estar recibiendo u otras circunstancias que incurren en el abuso sexual.

En muchas ocasiones, las victimas dicen que no sabían a quién se lo podían contar o incluso, que habiéndolo dicho no fueron creídos. Una de las primeras consecuencias del abuso sexual es que la confianza en las personas adultas queda seriamente dañada. Y no sólo por parte de la figura del agresor sino que la peor de todas las traiciones proviene a veces de la propia madre, que conociendo o sospechando lo que sucede, no actúa ni le defiende del agresor. Llegando incluso en ocasiones a pedirle al menor que no lo denuncie por el “bien” de la familia.

Otra gran dificultad en la detección de los casos de abuso sexual infantil es el malestar que surge en las personas y los profesionales cuando se enfrentan a estos casos. En mi opinión, lo que les sucede a ciertos adultos ante los abusos sexuales es que su mundo emocional se ve seriamente perturbado y confrontado cuando descubren algo que parece antinatural e imposible de que pueda suceder y, de una manera casi inmediata, se prefiere dudar de las propias percepciones antes que afrontar este hecho con la serenidad y neutralidad que requieren; y antes de empezar a cuestionarse sobre si lo que el menor  ha dicho -o lo que ha observado- puede ser cierto o no, comienzan a banalizar, o a buscar otras explicaciones alternativas al abuso sexual. Y precisamente en esos momentos, es cuando debido a: 1) Las dudas objetivas que se crean ante cualquier revelación de abusos 2) Al hecho de no saber muy bien cómo actuar de la manera más eficaz posible 3) Al desconocimiento de a quién debemos dirigirnos y cuál es el circuito establecido en nuestra comunidad 4) Al desconocimiento también de nuestras obligaciones por ley y, por último, 5) a que en el fondo desconfiamos de las administraciones y servicios responsables por su lentitud y poca diligencia, decidimos no poner en conocimiento las informaciones que tenemos. Son estas las causas por la que la mayoría de los abusos sexuales no son conocidos y no se detectan a tiempo.

Así que la primera regla de oro ante una posible revelación de abusos sexuales por parte de un menor es creerlo sin cuestionarlo, permitiendo que el niño/a pueda decir y expresar espontáneamente lo que le sucede sin interrumpirlo ni hacer preguntas que puedan inducir su testimonio. El contexto y lugar de la revelación marcarán las futuras actuaciones. Es decir, no es lo mismo la revelación efectuada por un menor en una escuela a una profesora que si ésta se produce dentro del ámbito familiar.

En cada una de nuestras Comunidades Autónomas existen protocolos a seguir por los distintos ámbitos de actuación: Servicios Sociales, Sanidad, Educación y Policía en los casos de revelación de abusos. Según como estén organizados estos recursos y dispositivos en cada una de estas comunidades deberemos dirigirnos a un lugar u otro en el caso de sospechas o revelación de abusos. Así que mi consejo sería que aquellas personas que desconozcan lo que es mejor hacer en esos casos, y antes de actuar, se dirigiesen a algunos de estos servicios para que les orientaran y ayudaran a  encontrar la mejor fórmula  para comunicar esta situación sin poner en peligro al niño y su testimonio.

Otra de las grandes preocupaciones de las familias cuando estos hechos se producen son las secuelas que pueden derivarse de los mismos. No sólo en la familia sino en los juzgados cuando vamos como peritos o testigos. Los jueces y fiscales, así como los abogados, nos bombardean con cuestiones relacionadas con las posibles consecuencias a corto y largo plazo de los abusos sexuales.  Cuestión de nuevo difícil de abordar, cómo antes he mencionado. Las dificultades que pueden surgir en el menor se encuentran estrechamente relacionadas con las circunstancias que incurren en ese abuso sexual especifico, los factores resilientes de ese niño/a, y el haber sido creído y/o ayudado tanto por su contexto familiar cómo por algún experto en la materia, si hubiera sido necesario en ese caso.

Me atrevería a decir sin miedo a equivocarme que son las familias y, en especial las madres de las víctimas, quienes más ayuda psicológica y asesoramiento van a necesitar a la hora de afrontar y encarar con fortaleza el hecho traumático de saber que su hijo/a ha sufrido abusos sexuales y además que éstos se han producido en el ámbito de su familia, sin que ellas se hubieran percatado de lo que estaba sucediendo en su propia casa.

Por su puesto que estoy hablando de un tipo de familias que quieren y protegen a sus hijos y no de aquellas en donde – por múltiples motivos y carencias relacionales - existen graves negligencias en el cuidado de la prole tanto a nivel físico como afectivo. De hecho, en esta tipología de familias, sí que podemos hablar de graves secuelas para los menores. Tanto más graves cuanto más estén relacionadas con la falta continuada y crónica de cuidados y de afecto hacia sus hijos. Son estos ambientes los que se terminan convirtiendo en verdaderos caldos de cultivo para todo tipo de maltrato y, además, los que propician el que se produzcan todo clase de abusos hacia los menores, ya que los niños/as no son vistos como personas objeto de derechos sino como meros instrumentos al servicio de los deseos de los adultos que los crían. Esa falta de mirada, de sensibilidad y de empatía hacia ellos hace que los menores no puedan desarrollarse de forma sana y saludable y terminen padeciendo gravísimas consecuencias futuras en sus comportamientos y en su salud mental. Los hospitales psiquiátricos están llenos de esta tipología de personas que nunca pudieron superar la falta de cuidados cuando fueron pequeños por parte de sus seres queridos.

Otra pregunta frecuente que surge siempre cuando se producen abusos sexuales es la siguiente: ¿Es necesario que todos los menores que han sufrido abusos sexuales deban seguir un tratamiento psicológico o hacer una psicoterapia? Yo diría que lo que siempre se impone ante este tipo de casos es una exhaustiva evaluación clínica que determine el estado psíquico del menor y priorizar en función de su resultado las siguientes actuaciones a seguir en el futuro. Además, no debemos olvidar que en general, en estos casos, se solapan al mismo tiempo dos clases de evaluaciones que no debemos confundir: Por un lado, la evaluación pericial que trata de determinar la veracidad de los hechos reflejados en el testimonio de la víctima y la credibilidad de la misma (esta sólo se realiza cuando el hecho ha sido denunciado en el juzgado y ha sido ordenada por un juez) Y, por otro, la evaluación clínica propiamente dicha. En dicha evaluación será imprescindible que se determinen los recursos cognitivos y las estrategias de afrontamiento con las que cuenta la víctima y el protector. En cualquier caso, la intervención terapéutica apoyará siempre un proceso no de olvido sino de elaboración de la experiencia traumática sufrida.

En función de los resultados obtenidos de esta evaluación, la tipología del abuso, una vez identificado el motivo de mayor impacto para el menor, la edad del niño/a, la duración y la frecuencia del abuso, el haber sido creído o no por sus familiares y algunas otras variables, determinará si la víctima deberá seguir una psicoterapia y, en caso de ser necesaria, la modalidad más conveniente de la misma: individual o grupal.  Lo que sí me atrevería a afirmar es que toda víctima de abusos sexuales va a necesitar apoyo de su red psicosocial para aprender a integrar en su vida la vivencia del abuso, pero no todas las víctimas de abuso sexual necesitarán tratamiento psicológico. Es decir, las víctimas necesitaran ayuda, entendida como apoyo incondicional, ya provenga del entorno de su familia o de la red de profesionales en caso de que el niño sea separado y reubicado en otro lugar.

El objetivo del tratamiento psicológico será evitar que en el futuro: 1) El abuso y la victimización secundaria vuelvan a producirse 2) Tratar las secuelas psicológicas y 3) dotar a la víctima de habilidades y herramientas que le permitan la superación de los efectos causados por los abusos.

La clave del proceso terapéutico reside en establecer una buena relación con la víctima que garantice la reconstrucción de vínculos afectivos, quizás en un primer momento con el terapeuta y, posteriormente, con otras figuras significativas para el niño diferentes del agresor.

Para terminar afirmaría que, desde mi experiencia en el tratamiento de los abusos sexuales a menores, me parece necesario que ampliemos nuestra forma de entenderlos para que seamos conscientes de su complejidad y su enorme heterogeneidad. El hecho de que podamos afrontarlos sin añadir más dramatismo, como un acontecimiento desdichado y serio en la vida de un menor pero como algo que tiene solución, le ayudará a superarlo con mayor rapidez y a tener más confianza en su futuro próximo.

Como decía Cloé Madanes, “…la psicoterapia es el arte de encontrar al ángel de la esperanza en medio del terror, la desesperación y la locura…”

Cuidaos / Zaindu

Buenos tratos regresa el 2 de noviembre de 2015.

5 comentarios:

  1. Una gran profesional Olga Guerra,tengo el honor de conocerla a través de un nene de acogida a la que ella trató. Me ha encantado poder leer este artículo de una persona con tanta experiencia en este campo y tan implicada con los menores.Muchas gracias.

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    1. Me llamo Carolina Dominguez Jimenez y Olga Guerra trato mi caso y el de mis hermanos. Ha sido un pilar muy importante en mi vida. Una gran profesional como Chelo. Grandes personas junto con Guillermo y Bartomeu. Un beso

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    2. Me Llamo Carolina Dominguez Jimenez. Y tuve el honor de tratar con Olga Guerra. Trato mi tema y el de mis hermanos Angel y Estefania. Junto con Chelo, Guillermo... Hicieron un trabajo enorme. Muchas gracias Olga por ser la mejor psicóloga que he tenido. Al final he encontrado a mi madre Isabel Jimenez Carpio.

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    3. Me llamo Carolina Dominguez Jimenez y Olga Guerra trato mi caso y el de mis hermanos. Ha sido un pilar muy importante en mi vida. Una gran profesional como Chelo. Grandes personas junto con Guillermo y Bartomeu. Un beso

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