lunes, 23 de noviembre de 2020

Cómo pueden los profesores regular la conducta de los niños en época de pandemia

Uno de los asuntos que nos preocupan durante esta pandemia son las medidas de protección ante el COVID-19 que los ciudadanos debemos de seguir para preservar la vida. Por supuesto que estas son necesarias, no pretendo afirmar lo contrario, ¡ni mucho menos! Me refiero a cuidar el modo en el que presentamos las medidas y también a si estamos potenciando la promoción de alternativas de conexión emocional con los otros basadas en un nuevo lenguaje que pueda hacernos sentir calidez entre nosotros, dentro de esta ya larga, fría y devastadora pandemia.

Dentro de los ciudadanos, están los niños y adolescentes, los cuales cuentan poco socialmente. Ellos tienen que llevar -como todos- permanentemente la mascarilla y guardar la denominada distancia física o de seguridad, lo cual implica separación entre personas de al menos 1,5 metros en el espacio circundante. Como todo el mundo sabe ya a estas alturas de pandemia, no nos podemos tocar, ni besar ni abrazar. Nos está resultando muy duro, pues es una medida anti natura. La necesidad de co-regularse emocionalmente gracias al sistema de conexión social está escrita en la naturaleza del ser humano (Porges, 2011), lo cual nos mantiene equilibrados a nivel de sistema nervioso autónomo, porque nos sitúa en una zona templada: ni demasiado excitados ni demasiado apagados. Y eso se consigue gracias al contacto físico, y también a la inmovilización sin miedo: permanecer cerca unos de otros, tumbados… No hay nada como estar junto a otros en sintonía emocional. Los niños pequeños se regulan emocionalmente sobre todo gracias al contacto, piel con piel. Un bebé llora o un niño pequeño se frustra y el adulto figura de apego y de confianza, le abraza y le mece; y esa cercanía física en el espacio logra que alcance un estado de calma y desciendan las hormonas del estrés, que se habían activado previamente ante una situación que le estresaba. Pero estas formas de conexión que implican cercanía se están viendo limitadas e incluso anuladas desde que apareció el COVID-19.

La inmovilización sin miedo regula el sistema 
nervioso de los mamíferos

En el ámbito escolar, niños y profesores, como sabemos, están sufriendo también estas consecuencias debidas al COVID-19. Además, los rígidos protocolos y el miedo a la expansión del virus hace que los profesores estén pasando diariamente por momentos de mucha tensión. Los niños y los propios enseñantes me cuentan lo duro que está siendo a nivel emocional. Velar por la distancia entre alumnos y docentes, la desinfección de todo… es agotador. El miedo se puede palpar, y este conduce a vivir en un estado de alerta permanente, acelerados, activados, en tensión. Si algunos alumnos no cumplen con las medidas, algunos profesores, casi de manera reactiva (para proteger), movilizan su sistema nervioso simpático y les recriminan, censuran, expulsan o castigan. No está siendo nada fácil, no. Un profesor me decía esta semana que están todos muy alterados y nerviosos, y que acudir así a clase, enseñar y convivir es casi una misión imposible cuando vives para impedir que haya contagios; o cuando una clase se confina porque ha habido un caso de un chico o chica que ha dado positivo por el virus, se desata más el miedo. Se respira ansiedad. 

Una foto de comienzo de curso escolar 2020-21 que impresionó.

Esta fotografía que veis mostraba, a comienzo de curso, a los niños en un patio de un colegio muy separados, sentados, aislados unos de otros para mantener la llamada distancia de seguridad. [No quiero generalizar, es solo la foto de un centro escolar, en muchos no habrá sido así. Sólo pretendo sensibilizar] Provocó muchas reacciones emocionales (preocupación, indignación, rabia…) entre los profesionales y los padres porque se aplicaban las medidas rigurosamente y sin, al parecer, cuidar ni velar por el impacto psicológico que pudiesen tener en los niños, pues no se atienden sus necesidades de relación, de juego, de cercanía afectiva… El cómo se llevan adelante estas medidas sanitarias es importante, y no en todos los sitios se ha podido mimar ese cómo, por las prisas, porque las medidas no se organizaron con tiempo y se llevaron a cabo un tanto precipitadamente; y porque, quizá, aún no está tan extendido en nuestra cultura que nos hacemos bajo la influencia de otros y que las relaciones interpersonales moldean el mismísimo cerebro. Que el aprendizaje es tribal. Se pueden reforzar otros modos de sentirse en conexión y aumentar la plantilla docente para poder reforzar el sentimiento de cercanía afectiva, a pesar de tener que estar distanciados físicamente. 

Como bien ha dicho Gorka Saitua en su blog Educación Familiar, pedagogo, en este post donde también desarrolla propuestas para ayudar a los profesores y comunidad escolar, hay procesos que se reproducen una y otra vez y terminan retraumatizando a los niños, es necesario no sólo hablar de esto, describir lo que ocurre, sino que es ético y necesario ofrecer propuestas. Propuestas para que los profesores comprometidos puedan plantearse esta situación COVID en la escuela de otro modo, cuidando al máximo el nivel de conexión emocional y creando un vínculo afectivo con sus alumnos y alumnas. Como dice Gorka en su artículo, es posible que algunos docentes digan que no tienen tiempo, que son medidas muy costosas, que no se pueden desdoblar o que nadie se va a querer implicar, viviendo como vimos todos en un “ay, ay, ay, constante”, como dice Luis Eduardo Aute. Y esta exaltación permanente nos sitúa en un acting continuo sin tiempo para la reflexión. Pero nos basta que haya uno o dos docentes -como dice Gorka Saitua- que vayan contagiando a otros para que entre todos veamos cómo son posibles otras maneras y otras pautas que no sean la recriminación, la sanción, el castigo o la expulsión (que algunos docentes usan) Estas se agotan enseguida, no aportan pedagógicamente y a la larga crispan el clima afectivo del aula y generan relaciones basadas en luchas de poder.

Soy consciente del delicado papel de los profesores, empatizo con ellos, pues su tarea no es nada fácil, con este post busco aportar y apoyarles. Su labor es complicada y agotadora en esta pandemia que sume a la población en el estrés, el dolor, el aislamiento, el aumento de los trastornos mentales… Tienen que lidiar con muchos asuntos, gestionar muchas tareas administrativas (a veces una burocracia absurda que les abruma) y encima estar en condiciones psicológicas óptimas para enseñar a los chicos (y regular su conducta y reacciones emocionales) Hemos de partir de la necesidad de cuidar y ser respetuosos con los docentes, ellos hacen lo que pueden con lo que tienen. Ellos como otros profesionales en esta pandemia, tienen que estar atendiendo a otros. ¿Y quién cuida de su salud mental, de su bienestar? 

Vamos a tener en cuenta, en las estrategias de intervención que vamos a ofrecer a continuación, a los chicos y chicas que sufren o han sufrido trauma temprano en sus vidas, es decir, aquellos a quienes las personas que se supone les tenían que cuidar y proteger les han hecho daño en forma de malos tratos, negligencia, abandono y/o abuso. Son chicos y chicas cuya "capacidad bioregulatoria de base" (Dantagnan, 2020) está alterada por unos patrones de relación vincular desorganizados -mentalmente incoherentes-. Aunque Gorka Saitua afirma -y no le falta razón- que no hay alumno que no tenga “núcleos de dolor que no se han podido integrar bien, o experiencias en el contexto familiar que han dejado algunas necesidades sin cubrir”. Dentro de estos, los hay con mayores y menores desconfirmaciones a este nivel. En pandemia, con las limitaciones de la distancia y el estrés continuado que las medidas sanitarias dejan en el sistema nervioso de los seres humanos, la regulación de los chicos es aún más complicada. 

foto: amcme.es

Estrategias de intervención con el alumnado en el colegio

Voy a compartiros las estrategias de intervención que Na´ma Yehuda propone en un capítulo de su libro titulado: “Comunicar el trauma. Criterios clínicos e intervenciones con niños traumatizados” Recomiendo a todo profesional que trabaje con niños y adolescentes que se lea este libro (psicólogos, psiquiatras, trabajadores sociales, educadores sociales, pedagogos, profesores, orientadores…), porque es un completo manual que ayuda a comprender qué les ocurre a los niños traumatizados, por qué se comportan del modo en el que lo hacen y cuáles son las secuelas que los diversos tipos de malos tienen en su desarrollo a nivel de lenguaje, cognitivo, emocional y social. La gran cualidad de este libro es lo claramente que está explicado -en comparación con otros libros que abordan el trauma infantil-. Además, abre el abanico de intervenciones y las circunscribe a otros ámbitos que no son solo la psicoterapia; de ahí su utilidad en el ámbito educativo y escolar (está escrito por una logopeda especialista en lenguaje y también en trauma) Ofrece teoría, pero también muchos casos prácticos y orientaciones bien operativas y explicadas de una manera sencilla y accesible para todos. No olvidemos que no hay recetas.

1. Recontextualizar los problemas de comportamiento. Yehuda (2019) dice que a los maestros les cuesta -a todos nos costaría- conectar con los niños desafiantes. Ahora, en esta situación de pandemia, es muy probable que los niños con esta tendencia de conducta la maximicen, ante la amenaza del coronavirus y las medidas antinatura que sufrimos. Por eso, lo primero que debemos de hacer con los profesores es proporcionarles explicaciones alternativas a las clásicas sobre por qué un niño se comporta de manera desafiante: “si ubicamos el comportamiento de un niño difícil en el contexto de una situación traumática y abrumadora, es más probable que los adultos establezcamos una conexión afectuosa y gratificante. La comprensión fomenta un mejor apego y regulación”-dice Yehuda.

Portada del libro de Yehuda

2. Aclarar los límites y las expectativas. Cuando los niños no han tenido una vivencia afectuosa, congruente y respetuosa de los límites, no mantienen una buena relación con estos. Los límites son diferentes de las normas. Aluden más a la capacidad de contención (no desbordarse) emocionalmente ante una limitación o barrera que les hace estallar ante la frustración o lo que consideran injusto (no hay que olvidar que un niño maltratado ha vivido lo más injusto que se puede vivir: que un adulto que se supone debe quererle y respetarle, le haga daño físico y/o emocional) La paciencia, la calma, la seguridad y el no entrar en círculos y luchas de poder es fundamental. Sabemos lo que cuesta esto, pues que el profesor viva en clase un desafío de un alumno es desagradable y un ejemplo negativo, pues su posición y su rol de autoridad se ponen en entredicho. Además, que un alumno se muestre retador, a su vez, activa el sistema defensivo del profesor, quien basándose en argumentos de norma y respeto reaccionará imponiéndose, expulsando, castigando aplicando el reglamento…Necesitamos apoyar a los profesores para que puedan probar otras estrategias.

Por ejemplo, estos niños o jóvenes, como dice Yehuda (2019) “necesitan oportunidades para aprender a practicar los límites” Los profesores deben dirigirse con firmeza pero amabilidad a ellos, hacerles notar la transgresión con respeto (estos chicos no conocieron el respeto) y si es preciso poner la consecuencia que se considere mejor puede enseñar a ese niño en concreto (normalmente, poder reparar su acción negativa, para hacerle consciente de la repercusión que tiene) Para ello, es muy importante que antes se haya hablado con ellos sobre lo que pueden esperar de los demás, lo que sucederá y lo que no. Que el profesor jamás hará, ante un conflicto, nada que pueda lastimarlos. Ni les faltará al respeto. Y que, si por error, hace algo que pueda interpretarse así, el docente les pedirá disculpas. Como bien dice Yehuda: “para algunos niños esto es una novedad, pues nunca han tenido control sobre las acciones de los adultos en relación con su cuerpo, y mucho menos permiso para decirles a los adultos que se equivocan y que deben disculparse” 

Si el niño se muestra agresivo, hay que hacérselo notar de manera descriptiva: “por favor, deja de golpear la mesa, la vas a romper, solo voy a sujetar tus brazos para que no golpees más y rompas algo” “Pegar no está bien, hace daño” En cuanto deja de golpear, se le dice si se le puede soltar sin que siga golpeando. Sin embargo, algunos pueden vivir muy mal tocarles, por lo que antes de recurrir al contacto (además, ahora, tocar o sujetar no puede hacerse por el coronavirus) podemos acercarnos con palabras suaves, validando sus emociones y su experiencia subjetiva. Esto no quiere decir darles la razón cuando no la tienen, sino validar su manera de vivirlo. “Entiendo y respeto tu enfado; pero si dejas de gritar podemos buscar una manera de entendernos” Yo suelo decir a los chicos que en las relaciones entre personas es muy normal que se den malentendidos o que surjan problemas, pero que si esto ocurre ambos tendremos algo que ver y ambos podremos buscar una manera de entendernos y repararlo. Para muchos es algo que equivale a ciencia-ficción porque las relaciones, en su vida, han terminado en conflicto, pelea, ruptura, abandono... 

Como nos recuerda Yehuda (2019), los niños traumatizados no saben muchas veces explicar el por qué de sus acciones. El adulto suele buscar estas razones sin saber que el trauma bloquea la capacidad de acceder a la zona del cerebro donde se procesa el lenguaje. Además, como ya expliqué en este post, el trauma altera la capacidad de atención y memoria de los chicos y chicas; por lo que su manera de procesar y narrar los acontecimientos se hace de una manera fragmentada. Carecen también, muy a menudo, de herramientas verbales y cognitivas con las que puedan identificar, expresar y modular las emociones. 

Finalmente, Yehuda (2019) nos recuerda unas herramientas que se enseñan e implementan a nivel internacional para ayudar a los niños traumatizados. Y ahora estamos viviendo todos un trauma mundial: la pandemia (miedo a contagiarse, miles de muertos, un duelo colectivo, miles de personas que pierden sus puestos de trabajo como consecuencia de la crisis económica, aumento de los trastornos mentales…) nos mantiene en el trauma, por lo que necesitamos, más que nunca, estas recomendaciones avaladas por la ISSTD International Society for The Study of Trauma and Dissociation – Child Commitee). Y estas recomendaciones han de ser llevadas a cabo por personas seguras y concienciadas de que pueden funcionar, si se aplican con paciencia y perseverancia. Los chicos y chicas, incluso los etiquetados como más rebeldes y agresivos, suelen terminar sintiéndose respetados, regulados, seguros y comprendidos por los profesores que se esfuerzan en llevarlas a la práctica. Los chavales necesitan repetir muchas veces un comportamiento para integrarlo en su repertorio:

Enraizar: Esto ayuda al niño a orientarse hacia el presente. Tan pronto como veamos que el niño comienza a desregularse, nos acercamos a él con delicadeza y le hacemos saber dónde está y con quién, sin asumir que el chico lo sabe (cuando un menor está capturado por una reacción emocional, a menudo indica un secuestro emocional traumático donde su ubicación en el espacio/tiempo no esté clara para él, pues el trauma es una irrupción del pasado en el presente) Le recordamos quién somos nosotros e incluso si el chico llega a disociarse, el día y la hora que es.

Tranquilizar. Esto es lo que más nos cuesta, pues si el joven se pone bravo, nosotros a menudo reaccionamos bravamente o contundentemente, o de maneras que le desconfirman, le descalifican o entran en escalada (quedar por encima) Le indicamos que está a salvo. Aún cuando no esté ocurriendo nada exteriormente que lo asuste, es posible que el desencadenante impida al niño saber que está a salvo. Le decimos que nadie le va a hacer daño, que está seguro en ese momento. No va a sufrir ningún daño y todo irá bien. Se le puede recordar -si procede- que respire, abra los ojos y mire a su alrededor. Vea su ropa y sienta el suelo bajo sus pies. 

Comprobar. Una vez que el niño parece más presente -está saliendo del secuestro emocional que gatilla su ira o que, al contrario, le puede como desconectar- es aconsejable preguntarle cómo está, si está bien. Algunos niños se tranquilizan teniendo en sus manos un objeto asociado con la comodidad (una pulsera, una pelotita de goma, un pequeño juguete. Dependiendo de su edad)

Narrar/describir/poner en contexto. “Alguien hizo un comentario sobre ti y eso te ha asustado. Pero todos estamos bien aquí y nadie ha sufrido ningún daño” Recordar que tienen muchas dificultades para expresar sus sentimientos con palabras, e incluso puede que no recuerden lo ocurrido.

Aplazar la investigación y posibles consecuencias hasta que el chico esté tranquilo. Si no recuerda lo sucedido, intentamos narrarle lo ocurrido. Si se trata de conducta negativa evitaremos etiquetas, lo mismo que decirle que miente o que no es así, ni afirmaciones sobre su carácter o forma de ser. Firmeza, pero calma. Le decimos algo así como: “le empujaste a Marta, ella te dijo “déjame” y tú le golpeaste” “En clase cuando pasa algo de eso sabes las normas de convivencia dicen que debes… “(lo que esté previsto) 

Dar seguridad al resto de la clase. Si el niño tiende a ser violento, hay que tener un plan de seguridad y contigencia que permita una contención adecuada. Es muy importante que el chico lo conozca de antemano. Para eso os regalo y recomiendo la guía que escribí para el apoyo educativo de los niños con trastornos del apego en el ámbito escolar, donde se explica cómo gestionar estas situaciones. 

Termino con estas recomendaciones adicionales (válidas no sólo para el ámbito escolar), importantes para poder regular a los niños en estos momentos de pandemia. Podemos proporcionar calidez, aunque haya distancia física y no podamos tocarnos. No es lo ideal, pero tenemos otros recursos, no estamos sin opciones: 

Hablar con los niños sobre lo que les preocupe, dé miedo, angustie de la pandemia, sobre lo que viven a diario... Esta es la mejor prevención sobre la salud mental de los niños que podemos hacer: interesarnos por su mundo afectivo y vivencias internas, ¡no solo por su conducta y estudios! Así el niño desarrollará la expectativa de que sus profesores son sensibles y receptivos a sus necesidades y problemas personales. 

Preguntaremos al niño por lo que nota en el cuerpo. Le preguntaremos si sienten malestar en su cuerpo y le animamos a poner la mano en la zona que duele o notan mal y cuidar de ella, estando presentes emocionalmente, hasta que se vayan calmando y regulando (¡Se puede estar presente emocionalmente incluso con distancia física!: tono de voz, mirada, gestos...! ¡Y también se puede estar cerca físicamente, pero lejos emocionalmente! Así que la llamada distancia física puede suplirse con otras formas de comunicación que hagan que los seres humanos sintamos que estamos cerca, buscar modos con el lenguaje gestual, de que esto llegue a las personas que queremos o con las que trabajamos y nos relacionamos a diario. El maestro debe trabajar con este lenguaje y buscar nuevas formas de que los niños sientan su apoyo y ayuda. Una nueva manera de comunicarse que ya existe y que hemos de reforzar: el lenguaje de la gestualidad.

Y como necesitamos abrazos y estos escasean, me despido regalándoos esta canción de Luis Eduardo Aute titulada "Abrázame". Mientras la escucháis, sentid en vuestro cuerpo la calidez y seguridad de un abrazo. Yo os envío uno muy fuerte. Nos vemos el mes que viene.




REFERENCIAS

Dantagnan, M. (2020). La autorregulación. Powerpoint presentado en el marco del Postgrado en Traumaterapia Infanto-juvenil de Barudy y Dantagnan. Documento no publicado.

Porges, S. W. (2011). The polyvagal theory: neurophysiological foundations of emotions, attachment, communication and self-regulation. New York: W.W. Norton & Company.

Yehuda, N. (2019). Comunicar el trauma. Criterios clínicos e intervenciones con niños traumatizados. Bilbao: Desclée de Brouwer.

2 comentarios:

Divorcio Express dijo...

Buen artículo, gracias.
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Unknown dijo...

Muy útil, práctico e interesante artículo, muchas gracias y un cálido abrazo