miércoles, 15 de julio de 2020

Luces y sombras de una pandemia, por Arturo Ezquerro, psiquiatra.


Firma invitada:
Arturo Ezquerro

Sólo unas breves líneas para agradecer a Arturo Ezquerro, colaborador habitual de Buenos tratos la deferencia que ha tenido al enviarnos este artículo, tan necesario en estos tiempos de crisis mundial que padecemos a causa de la pandemia del COVID-19. Os comenté que el blog no permanecería cerrado del todo sino que estaría de guardia, pues la situación que vivimos es extraordinaria y requiere de la colaboración de todos. Buenos tratos no puede permanecer ajeno a lo que estamos viviendo y quiere poner su grano de arena, como con este artículo -que apela a la solidaridad como la única vía para que podamos sobrevivir- magníficamente redactado, que me envía Arturo Ezquerro para que pueda compartirlo con vosotros/as. ¡Muchas gracias, Arturo!
Arturo Ezquerro. Nacido en Logroño, La Rioja (la tierra con nombre de vino), Arturo Ezquerro lleva 37 años ejerciendo como psiquiatra, psicoterapeuta y grupo analista en Londres. Es profesor en el Institute of Group Analysis, y el primer español en conseguir una Jefatura de Servicios Públicos de Psicoterapia en Reino Unido. Tuvo a John Bowlby (padre de la teoría del apego) como supervisor y mentor durante los 6 últimos años de su vida (1984-1990). Es miembro honorario del International Attachment Network y de la World Assotiation of International Studies. Reúne más de 70 publicaciones en 5 idiomas, incluyendo los libros “Encounters with John Bowlby” (Routledge) y “Relatos de apego” (Psimática).

Portada del libro escrito por Arturo Ezquerro titulado:
"Relatos de apego. Encuentros con John Bowlby"

Título del artículo: 
Luces y sombras de una pandemia
Por Arturo Ezquerro.

El Tratado de Maastricht, firmado en 1992, creó una ciudadanía europea común y un ambicioso capítulo social. La Comisión de la, ahora llamada, Unión Europea (UE) propuso una directiva que incluyese un salario mínimo común en todos los estados miembros.
Como era de esperar, los países más ricos del norte impugnaron la propuesta ya que, según ellos, su aprobación implicaría una intrusión inaceptable en las políticas sociales nacionales. Reino Unido fue de hecho uno de los países que se opuso a la idea con mayor ferocidad.
En menos de un año se fundó un nuevo partido político: UKIP (el partido para la independencia de Reino Unido), que ha sido el principal impulsor del Brexit. La directiva social propuesta por la Comisión Europea fue degradada a una mera recomendación no vinculante, que acabó enterrada bajo toneladas de nuevos trámites burocráticos.
La idea de un salario mínimo paneuropeo ha sido resucitada recientemente por el  Parlamento español, con el apoyo de ministros de otros países del sur de una Europa devastada por la peor tragedia de vidas humanas desde la Segunda Guerra Mundial, y por la amenaza de una recesión sin precedentes.
No sabemos qué va a ocurrir, pero sí sabemos que éste es un momento clave para desarrollar un pensamiento radical de apego grupal (Ezquerro, 2019).  
Algunas de las funciones clave del apego humano son la protección, el afecto, y la accesibilidad a figuras de apego y a grupos constituidos como figuras de apego (Bowlby, 1969, 1988). La pandemia del coronavirus está mostrando que el apego a otras personas sólo puede ser suficientemente seguro como parte de un apego grupal seguro.
Se estima que hay más de 100 millones de ciudadanos en situaciones de pobreza o de exclusión social en la UE. Un salario mínimo ofrecería una red de seguridad, muy necesaria ante el riesgo real de que aumenten los casos de pobreza y exclusión.
Todas las personas, especialmente las que se encuentran en situaciones más vulnerables, deben tener acceso a mecanismos públicos que garanticen la asistencia sanitaria y la protección social, con vistas a mejorar la capacidad para cuidarse a sí mismas y a sus familias.
La crisis del coronavirus ha provocado una emergencia sanitaria y socioeconómica en Reino Unido y en muchos otros países. Hay luces y sombras y es necesario percibir ambas realidades.
Fuente foto: bloguned.es

El 12 de marzo de 2020, la Organización Mundial de la Salud declaró un estado de pandemia global. Al día siguiente, mientras la mayoría de los países de la Europa continental cerraban escuelas, cancelaban vuelos e imponían cuarentenas estrictas, el gobierno británico empleó una estrategia de "inmunidad de manada". El primer ministro Boris Johnson, que repetidamente había ignorado la opinión de los expertos sobre los riesgos del Brexit, ahora se escudaba en las ideas peculiares de su círculo íntimo de asesores.
El plan original de Johnson fue insensible y peligroso. Parecía no entender la urgencia de la situación y daba prioridad a la “salud” de la economía en lugar de la salud de la población: la generación y el mantenimiento de la riqueza eran más importantes que las vidas humanas. Este enfoque significaba que decenas de miles de personas, sobre todo las de mayor edad, iban a ser sacrificadas por el presunto bien de la economía.
A medida que las muertes iban aumentando exponencialmente y que el Servicio Nacional de Salud británico era empujado al borde del colapso, Johnson tuvo que dar un giro brusco de 180 grados e imponer un confinamiento en todo el país a partir del 24 de marzo. Este retraso hizo que Reino Unido se haya convertido en el país europeo con mayor número de infectados y de muertes por la Covid-19.
La ansiedad y la confusión de los primeros momentos de la pandemia contribuyeron a una reacción generalizada de pánico, que resultó en el vaciado súbito y masivo de las estanterías de los supermercados. En particular, la crisis del papel higiénico (que duró varias semanas) podría interpretarse como un ejemplo de psicosis colectiva y, también, como una poderosa metáfora sobre los excrementos que los seres humanos producimos en situaciones de miedo intenso no digerido.
En contraste con esa conducta incontrolada de diarrea emocional, muchos voluntarios compraron comida y la dejaron generosamente en la puerta de sus vecinos ancianos, para que éstos no tuvieran que salir de casa y correr el riesgo de infectarse. Resulta curioso que algunos de los pacientes infectados por la Covid-19 han tenido síntomas gastrointestinales, particularmente diarrea, como primer signo de la enfermedad (Rettner, 2020).
El 25 de junio, en la fase inicial de desconfinamiento y con temperaturas inusualmente altas de hasta 33 grados, miles de británicos abandonaron sus hogares para disfrutar del buen clima junto al mar. Algunos se comportaron como hooligans. A la mañana siguiente, tuvieron que retirarse 15 toneladas de basura de las playas de la bella costa de Kent, al sureste de Inglaterra, lo que llevó a las autoridades locales a exigir que en futuras visitas a la playa la gente tuviera que llevarse la basura a casa.
Hay muchos otros casos de luces y sombras en la gestión de la pandemia; por ejemplo, la confección y distribución de máscaras protectoras. Por un lado, se han generado economías ocultas y corruptas que se han dedicado a la producción de máscaras a granel para obtener grandes beneficios. Por otro lado, muchas personas han tejido máscaras en sus hogares para repartirlas gratuitamente entre las personas con pocos recursos.
En esa línea solidaria, unos 750,000 voluntarios se han ofrecido para ayudar al Servicio Nacional de Salud. También se ha creado una página web que incluye a cientos de nuevos grupos de ayuda mutua en todo el país. En contraste con estas acciones solidarias, se han contabilizado actos de desprecio y egoísmo, incluso por parte de personas en posiciones de poder y responsables de asegurar que la población respetase el confinamiento.
Fuente foto: elcorreoweb.es
A nivel personal, Dominic Cummings (el principal asesor del primer ministro) hizo lo que le dio la gana sobre el confinamiento y violó la ley de salud pública. Para más INRI, el Gobierno británico estuvo presto en condonar su conducta, lo que ha interferido con los procesos legales preceptivos y ha impedido que se haya investigado el caso adecuadamente.
Por supuesto, Boris Johnson quiere que Cummings permanezca a su lado a toda costa. De hecho, Cummings con frecuencia le aconseja a Johnson que sea “honesto” con vistas a conseguir un Brexit puro y duro lo antes posible. Pero ésta no es una honestidad en el sentido común de la palabra, sino su interpretación de lo que debe ser la lealtad a su propia idea de un Brexit que permita todas las deshonestidades.
Afortunadamente, el altruismo generoso está predominado sobre el egoísmo destructivo. La tragedia del coronavirus ha generado impulsos colectivos de empatía y ayuda mutua. Esta ayuda basada en la reciprocidad tiende a emerger en aquellas comunidades que atraviesan mayores dificultades, como suele ocurrir en situaciones de guerra.
El pensador y escritor uruguayo Eduardo Galeano (2009) describió algunas diferencias entre caridad y solidaridad. Para él, la caridad es vertical y se dirige de arriba hacia abajo. A veces crea sentimientos de inferioridad e impotencia en las personas afectadas, a quienes se transmite el mensaje de que son incapaces de atender sus propias necesidades. Estas personas pueden perder la confianza en sí mismas. A diferencia de eso, la solidaridad es horizontal.
En una crisis como esta, la solidaridad y la ayuda mutua enfatizan que todos estamos en el mismo barco y que, unidos, podemos tener la suficiente fortaleza y desarrollar la capacidad necesaria para cuidarnos unos a otros. Para que esto sea posible, necesitamos disponer de suficientes recursos sociales, económicos y de salud pública.
El concepto de ayuda mutua fue formulado por el biólogo, filósofo y sociólogo ruso Peter Kropotkin a comienzos del siglo XX. Argumentó que ayudar y proteger a los demás, y atender las necesidades del grupo, ha sido esencial para la supervivencia de muchas especies, incluida la humana, a lo largo de millones de años de evolución. Kropotkin (1908) también postuló que además de una ley natural de lucha mutua, existe en la naturaleza una ley más importante de ayuda mutua.
La cooperación es más necesaria para la supervivencia que la competición. Los logros más altos de la raza humana han sido el resultado de la colaboración grupal y del apego grupal, según aprendí en mi supervisión con el psiquiatra y psicoanalista británico John Bowlby.
John Bowlby, supervisor de Arturo Ezquerro
Las tragedias colectivas pueden cambiar la conciencia social y las prioridades políticas. A nivel mundial, la pandemia ha resucitado de alguna manera uno de los lemas utópicos de la revolución hippy de finales de la década de 1960: "Sé realista, pide lo imposible".
La Covid-19 de hecho ha conseguido que algunas cosas que nos habían dicho que no sucederían, y que nunca podrían suceder, resulta que han sucedido:
A las pocas semanas de la pandemia, Irlanda nacionalizó sus hospitales privados; Canadá otorgó cuatro meses de ingresos básicos a quienes perdieron sus empleos; Alemania pagó 1.300 millones de euros a los autónomos y a las pequeñas empresas; Portugal decidió tratar a los inmigrantes irregulares como ciudadanos de pleno derecho; las emisiones de carbono se desplomaron repentinamente…
Con la mejor de las intenciones, mucha gente sigue diciendo que es esencial volver a la "normalidad" cuanto antes. Sin embargo, uno de los mayores peligros es creer que todo estaba bien antes de la crisis, y que lo único que debemos hacer es regresar al estado anterior. Eso sería un craso error:
La vida ordinaria antes de la pandemia ya era una plaga de desesperación, de discriminación y de exclusión para demasiados seres humanos; una catástrofe ambiental y climática; una obscenidad de desigualdad…
La crisis en curso es una oportunidad para el reconocimiento universal de que debe haber suficiente comida, ropa, vivienda, servicios sociales, atención médica y educación para todos. Estos derechos básicos no deben depender del trabajo que uno tenga o del dinero que uno gane. No debemos aceptar un mundo en el que unas personas estén protegidas y otras no.
La esperanza de cambiar las cosas  puede coexistir con la dificultad y el sufrimiento. La esperanza no es un optimismo ciego de que todo va a salir bien, sino una fuerza positiva que nos ayuda a seguir adelante en medio de la adversidad y la incertidumbre.
Es nuestra responsabilidad colectiva involucrarnos de alguna manera y a diferentes niveles en el diseño y la implementación de políticas sociales. Así podremos contribuir como grupo a que la crisis del coronavirus ayude a cambiar el rumbo político, para que sea posible crear un tipo de sociedad que se constituya en una base suficientemente segura para todos.
REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS
Bowlby J (1969) Attachment and Loss: Vol. 1. Attachment (1991 edition). London: Penguin Books.
Bowlby J (1988) A Secure Base: Clinical Applications of Attachment Theory. London: Routledge.
Ezquerro A (2019) The Power of Group Attachment. In: Group Analysis North Open Seminar, University of Manchester, 8 November 2019.
Galeano E (2009) Open veins of Latin America:  five centuries of the pillage of a continent. London: Profile Books.
Kropotkin PA (1908) Mutual aid: A factor of evolution. London: Heinemann.
Rettner R (2020) Diarrhea is first sign of illness for some COVID-19 patients. Live Science. Available at https://www.livescience.com/coronavirus-diarrhea-symptoms.html

Agradecimiento: María Cañete

1 comentario:

Luisa dijo...

No lo había leído y es un excelente artículo. Muchas gracias por poner estos puntos sobre las ies. Un abrazo, José Luis. Excelente, como siempre.