lunes, 20 de marzo de 2017

El lenguaje adolescente: ¿jeroglífico indescifrable?, por Iván Rodríguez Ibarra, trabajador social.

Diez meses, diez firmas II

Invitado del mes de marzo de 2017:

Iván Rodríguez Ibarra, trabajador social.


Título del artículo: El lenguaje adolescente: ¿jeroglífico indescifrable?


Conocí a Iván Rodríguez Ibarra cuando tuve la suerte de que fuese designado como trabajador familiar de varios de los menores que acudían a mi consulta de psicología a evaluación y/o psicoterapia del daño psicológico que presentaban, dentro del programa de valoración en intervención de la Diputación Foral de Gipuzkoa. En mi opinión, existe un indicador muy significativo para estimar la competencia relacional (no olvidemos que los daños que infligen unos seres humanos a otros, en este caso de adultos a menores, se reparan precisamente mediante una relación con un adulto sano que sea capaz de fomentar en el niño o adolescente seguridad, empatía y límite estructurante) de un educador: el relato que el menor hace del profesional y sobre todo su lenguaje corporal y gestual cuando verbaliza. Los adolescentes a los que se les denomina "con problemas de conducta" no manifiestan éstos con todos los adultos de su red. ¿Por qué? Yo creo que es por la competencia relacional de ese adulto. Nuestra firma invitada de este mes, además de ser un profesional con formación y una trayectoria amplia, posee esa competencia. Y la misma no está al alcance de todos. Es fruto de sus cualidades y valores como persona y de su trabajo de autoconocimiento. Por eso, todos los menores que he tratado en la consulta y de los que Iván ha sido su educador, expresaban siempre afecto y respeto hacia él. Porque los adolescentes son capaces de captar desde el principio en su neurocepción quienes les quieren, se comprometen con ellos y por lo tanto, desean ayudarles a salir de sus problemas. Iván nos ofrece en este práctico y original artículo parte de su sabiduría como educador mostrándonos su pericia en la lectura del lenguaje propio de los adolescentes, para así, como él dice, intervenir de una manera psicoeducativa cambiando los significados. ¡Muchas gracias Iván, por tu colaboración y por formar parte del elenco de excelentes colaboradores del blog Buenos tratos!.



Iván Rodríguez Ibarra Trabajador social, orientador familiar y actualmente cursando el Postgrado en Traumaterapia infantil-sistémica de Barudy y Dantagnan. Ha desarrollado parte de su labor profesional como trabajador familiar en casos de grave desprotección en la Diputación Foral de Gipuzkoa. Trabajando actualmente como terapeuta de jóvenes en el Programa de apoyo a adolescentes Norbera de la Fundación Izan .



Si nos encontramos en un parque a un grupo de madres con sus bebés diremos “qué tierno”. Si vemos un grupo de niños de 8 a 9 años diremos ”qué majos“. En cambio si observamos un grupo de adolescentes de 14, 15 ó 16 años probablemente pensaremos “¡Buffff que estarán haciendo o diciendo!”.

Esta pequeña introducción a modo de anécdota y que realmente se da más de lo que podamos imaginar, me sirve para explicar el tema del que me gustaría hablar en las siguientes líneas. Qué nos dicen los adolescentes con su lenguaje, cómo podemos interpretarlo y cómo podemos intervenir de una manera psicoeducativa, para que tanto padres, madres y/o tutores en relación con estos chavales podamos darle otro significado ayudando a hacer una lectura más profunda de lo que realmente nos quieren transmitir, y de esta manera poder tolerarlo y aceptarlo mejor. En primer lugar reflexionaré sobre ciertos aspectos de la propia adolescencia y lo que supone a nivel familiar, para terminar con expresiones concretas que utilizan los adolescentes. No me detendré en  los  aspectos más neurofisiológicos de esta etapa,  ya que  se han abordado en diversas  ocasiones en este blog, entendiendo que es importante tenerlos en cuenta.

Sabemos que la adolescencia es una etapa de cambios tanto a nivel físico como a nivel emocional y en ese periodo el lenguaje del adolescente también se modifica. Todo esto conlleva que  los padres o los adultos de referencia se encuentren con “desconocidos” en casa a los que no saben cómo acercarse y con los que les es muy difícil establecer una comunicación sin entrar en conflicto. En ocasiones, el propio lenguaje utilizado por el menor, no es aceptado por los adultos que no saben cómo actuar con ello, no siendo capaces de aceptar la entrada en un nuevo ciclo vital: la adolescencia.

Es importante tener en cuenta que en este momento deben entrar más  en juego a la hora de la relación padres-hijos otros funcionamientos como por ejemplo la negociación, flexibilidad... y que tanto unos como otros deben ir adaptándose a esta nueva etapa. En este sentido, es necesario que los padres puedan entender que para poder influenciar en los aspectos  realmente importantes para  sus hijos es primordial, como suelo decirles, dejar de “estar de frente” para pasar a “estar al lado”. Estar de frente significa en continua pelea, en continuo cuestionamiento de las actitudes del menor, dando muchas veces importancia a detalles más bien nimios que desencadenan batallas campales familiares. Un ejemplo: hacer la cama. Sé que muchos padres al leer esto cuestionarán mi planteamiento, pero ¿es tan necesario pelearse por esto cuando quizás hay otros aspectos que necesitan mayor atención? Deberíamos pensar que no es posible tener varios frentes abiertos y que hay que elegir los conflictos por los cuales merece la pena entrar en discusión. No hay que confundir “estar al lado” con dejarles hacer todo lo que quieran, sino más bien acompañar, apoyar, y ayudarles a reflexionar para que puedan decidir, sabiendo que a veces se van a equivocar. Saber poner el límite con empatía, sin olvidar la necesidad que tienen de sentirse queridos y apoyados aunque a veces sus comportamientos nos hagan pensar que quieren lo contrario. Es por ello que ahora más que nunca necesitan un acompañamiento pero no del mismo modo que en etapas pasadas.

Vamos escuchar lo que nos dicen de manera directa para darle un significado más profundo, con el fin de poder entenderles mejor. Para lograrlo, primeramente deberemos trabajar para conseguir una buena vinculación con ellos.


“NO SÉ”. Muchas veces cierto, ya que el adolescente realmente no siempre sabe lo que le pasa. Hasta ahora las decisiones eran tomadas generalmente por los adultos pero desde hace ya algún tiempo deben decidir y tomar esas  decisiones por ellos mismos (si salen o estudian, si beben o fuman…) y en este nuevo contexto  se encuentran como suelo decirles ”despistados”. Además, el mundo adulto no siempre es claro con lo que les pide, ya que por una parte quiere que empiecen a comportarse de una manera más adulta,  pero por otra añoran muchas veces al niño que ya no está, contribuyendo con esta actitud a ese despiste y/o confusión de la que hablamos. Debemos recordar que si  el mensaje es ambivalente no le ayudamos.

En el trabajo diario con los chavales creo es importante aceptar ese “no sé” como parte del proceso, si bien nuestro trabajo consistiría en ir ayudándoles a ganar seguridad y confianza. Que aprendan a reflexionar sobre lo que les conviene, sabiendo que en el proceso van a equivocarse, siendo importante estar en esos momentos también a su lado. Para conseguir todo esto, es necesario no caer en recriminaciones y poco a poco ayudarles a aclararse, a que pueda pensar que es lo que le conviene hacer o decidir para ir pasando de ese “no sé”  a “me gustaría”.


 
“SIN MÁS". Seguramente el “top” del lenguaje adolescente y quebradero de cabeza para muchos padres. En esta etapa de cambios, como hemos dicho muchas veces, están en la cresta de la ola ("he salido con mis amigos y he conocido a una chica/o, siento que soy importante en  grupo…") y otras veces en la mas profunda arena ("se han reído de mí, me ha dado calabazas…") por lo que cuando no se encuentran ni arriba ni abajo lo pueden vivir como un “estado plano”, un momento de calma o transición.

Como hemos dicho hay que tener en cuenta que si uno no sabe ni cómo se siente (como refiere Jorge Barudy, hay una “tormenta de emociones”) es difícil que lo pueda expresar de una manera concreta, por lo que es imprescindible  ir trabajando con los chavales los estados de ánimo, validando muchas veces que se puede estar mal, sin ser leído como síntoma de debilidad, sino como un conocimiento mayor y más profundo de uno mismo. Hay que ir ayudándoles para que puedan expresar de una manera más clara cómo se sienten, si arriba en esa cresta ("estoy contento, me siento bien") o en la arena ("lo estoy pasando mal, me siento triste o enfadado") para que después de expresar la emoción que están sintiendo, se pueda trabajar sobre el comportamiento.


“ME DA IGUAL”. Quieren hacer ver que no sufren y que muchas cosas no les importan o no les afecta tanto, pero ¿realmente es así?. Recordemos nuestra propia adolescencia y evitemos a veces hacerles preguntas tan directas que les llevan a contestar ese "me da igual" cuando  nosotros sabemos que no es real.  No conozco a nadie que le de igual salir o estar castigado, suspender o no hacerlo, o llevarse mal con sus padres. Es difícil discutir todos los días en casa y que no te afecte. Pero ¿cómo reconocer que sufres, que te duele y que tus padres, que sientes que no te entienden, son en parte responsables de ese sufrimiento?. No es fácil reconocer que uno se siente diferente, que no es importante... en este sentido creo que es bueno trabajar la nueva posición del chaval en la familia preguntando y hablando “con él” (parte activa, escucha, en definitiva, en palabras de Dan Siegel, "sentirse sentido") y no tanto “a él” (solo se le pregunta). Por otra parte habrá que trabajar la responsabilidad de la propia conducta por parte de las partes implicadas, para poder negociar y llegar a acuerdos que supongan un mayor acercamiento. No se dan cuenta, y hay que hacérselo ver, que están jugando a la sokatira (deporte rural vasco donde dos equipos contarios deben tirar con todas sus fuerzas hacia su campo arrastrando al contrario), cuando lo que deben hacer es volver a acercarse y reencontrarse.

“NO ME RALLES”. Contestación muy habitual de muchos adolescentes cuando se les pregunta sobre algunas cuestiones. Pero si pensamos que nos preguntan las mismas cosas todos los días, ¿no nos rallaríamos?. Revisemos cómo es la comunicación familiar.  ¿De qué habla una familia con sus hijos adolescentes?. Pretendemos que nos digan cómo se sienten cuando a veces ellos mismos ni lo saben. Quizás habría que empezar por revisar dicha comunicación familiar, entendiendo que para llegar a que puedan hablar de  “sus cosas” en casa debe establecerse esa dinámica de comunicación en la familia. Parece que se les exige a los chavales que cuenten como están cuando los adultos no somos capaces  de contar “nuestras cosas” más allá de algunas banalidades sin aparente importancia. Y digo sin aparente, porque a mi entender es desde dichas banalidades donde comienza una comunicación más profunda. Están hartos de “¿Cómo ha ido el colegio?, ”Has estudiado? ¿Vas a salir?... ¡Yo también lo estaría! Hay que hablar en casa y hablar por hablar,  hablar del tiempo, de Trump, de Siria, del Tambor de Oro... y sobre todo -y repito- hablar con ellos no tanto hacia ellos y así poco a poco también podremos entablar conversaciones sobre otras cuestiones importantes,  pudiendo  introducir  nuestras emociones y sentimientos, haciendo de modelo para ellos.

“NIPA”. Responden esto cuando piensan "¿Por qué tengo que hacer algo que no quiero?". El adolescente está instaurado en el principio del placer: “hago lo que quiero, cuando quiero y como quiero”. El placer (además del componente neurofisiológico que tiene que ver con el desarrollo del núcleo accumbens) está supeditado a la escasa tolerancia a la frustración que muchos chavales desde edades tempranas han experimentado y por lo que llegando a esta edad crítica es difícil que cambie fácil y rápidamente. Así se lo explico muchas veces a ellos mismos haciéndoles ver que durante años han funcionando sin demasiados límites poniéndoles ejemplos sobre maneras de frustración que no han tenido.

El trabajo consiste en que puedan interiorizar poco a poco que esa escasa frustración a la que se han visto sometidos les está llevando a un funcionamiento que poco les beneficia. Aquí es importante introducir una nueva palabra hasta ahora para muchos de ellos desconocida “NO”. Es muy importante saber decir y aceptar un "NO" sin perder de vista lo comentado anteriormente relacionado con la negociación, la flexibilidad...

Es aquí donde debemos ayudarles a diferenciar entre lo inmediato y lo que supone un esfuerzo y una continuidad. No debemos olvidar que en la adolescencia es primordial para ellos el momento, lo urgente y por ello es difícil que entiendan que no siempre lo urgente es lo importante. El trabajo consiste en que también puedan ir aplazando ese placer, marcando objetivos a más medio-largo plazo (anticipar ventajas o adelantar inconvenientes) donde puedan ir viendo las consecuencias beneficiosas de tal espera.

Introduzco aquí un par de expresiones que un cierto números de chavales con los que trabajo a diario me refieren.



“SOLO ME ENTIENDEN MIS AMIGOS". A esta edad el grupo es importante ya que se debe dar un diferenciación de los padres buscando  su propia identidad y quiénes mejor que los que están como uno mismo para poder ayudarte y entenderte. El grupo da la pertenencia que el chaval necesita, por lo  que ir en su contra no es lo más aconsejable. Como padres y/ o tutores hay que tolerar que algunos amigos y/o parejas de los chavales no nos gusten e intentar ayudarles a entender qué es lo que se debe esperar de un amigo o de una pareja, con el fin de que poco a poco sean capaces de hacerlo.





"¿Qué está ocurriendo en el adolescente que recurre al cannabis para evadirse?"

“SOLO ESTOY BIEN CUANDO FUMO”. Cuando un chaval nos expresa lo arriba indicado, tenemos que preguntarnos qué está ocurriendo, para que deba recurrir al cannabis con la intención de dejar de pensar en todo aquello que les preocupa o atormenta. Es necesario hacer una lectura más amplia del “fuma porque quiere” debiendo entender que detrás del consumo hay muchas partes de insatisfacción  y  de malestar, que hacen que quién está fumando lo haga porque no tiene o no sabe otra manera de abordar dicho malestar y sufrimiento. En ocasiones será necesario trabajar con los chavales de manera indirecta el consumo  a través de aspectos de sus vidas que no están funcionando de manera sana y adecuada  (nivel escolar, relaciones sociales o disputas familiares…) con el objetivo de que puedan darse cuenta de todo ello. Asimismo, será importante adecuar las expectativas a las posibilidades del chaval, entendiendo que no es lo mismo una reducción progresiva del consumo que un abandono inmediato del mismo.

Para terminar también quiero apuntar que sería adecuado poder reflexionar sobre el lenguaje que utilizan los padres y/o tutores con los adolescentes ya que tiene mayor incidencia de lo que podríamos pensar en un primer momento. Expresiones del tipo “No sirves para nada” “Nos estás arruinando la vida” "Vas a ser como tu…”  pueden ser frecuentes cuando los adultos se desbordan y desde luego nada aconsejables ni como modelo para ellos ni como forma para acercarnos y entenderles.


El blog Buenos tratos regresa el lunes 3 de abril a las 9,30h.

2 comentarios:

Quimerín (El Mago) dijo...

Siempre me alegra leeros porque veo que la comprensión hacia el dolor de los niños, adolescentes y jóvenes que han sufrido malostratos crece con los años, y por lo tanto las intervenciones son cada vez mas tempranas y de mejor calidad.

Pero a la vez pienso, ¿Y que sucede con los adultos jóvenes, 20-25 años, que no fueron intervenidos en ningún momento anterior? Sin ser menor de edad, estando fuera del sistema, sin haber sido nunca orientado o educado, sin haber tenido ninguna figura de apego sana o de referencia, totalmente solo y sin recursos ¿Qué sucede entonces?

He visto jóvenes, compañeros, que pidieron ayuda y nunca la recibieron, y por sí mismo, dentro de sí mismos, no encontraron un buen camino y prefiero ignorar cómo han acabado... Personalmente me considero con suerte de tener un caracter observador que me ha hecho evitar meter la pata y que es especialmente útil a la hora de construir una vida de la nada, sin tener ni idea de cómo es el mundo de verdad, porque lo único que se conoce es dolor e incomprensión. Resulta difícil no dejarse llevar por la rabia acumulada y hacer lo primero que se viene a la cabeza.

Tengo una suerte enorme porque he atinado sin saber qué hacía, nunca caí en habitos tóxicos ni en relaciones conflictivas, y actualmente soy estudiante universitario, y aunque mis condiciones de vida sean precarias sé que en un futuro con esfuerzo seran mejores. Pero sé que muchos otros no han tenido tanta suerte, no han podido o no han sabido encontrar un camino y se han perdido, no por torpes o por falta de voluntad, sino porque encontrar por dónde caminar cuando sólo se sabe que el mundo es peligroso y nadie se ha molestado en enseñarte nada es una tarea casi imposible.

No puedo, simplemente no puedo dejar de pensar en aquellos que sé que se han perdido, arruinado, causado mas dolor, ... por no saber estar en este mundo, porque nadie les ha dicho que hay amor y nadie les ha enseñado nada, por ya ser demasiado mayores cronológicamente aunque emocionalmente se pueda seguir teniendo 10 años.

En mi mente utópica, algún día habra algo, buscaré algo, crearé algo para orientar, ayudar, acoger a aquellos que no fueron ayudados cuando eran menores de edad y ahora se ven completamente solos, entre una familia disfuncional y un estado al que ya no les interesan, sin recursos sociales y muchas veces sin tampoco económicos.

José Luis Gonzalo Marrodán, psicólogo dijo...

Muchísimas gracias por este comentario tan sentido y empírico. Comparto contigo el que tengamos en nuestro pensamiento y en nuestro corazón a todos/as aquellos/as que hace muchos años, no podían beneficiarse de los servicios sociales por no estar estos tan desarrollados. Y también por los/as que actualmente sufren en silencio y por diversas razones no optan a las ayudas. Efectivamente, la resiliencia es una construcción social que solo emerge en las personas gracias al entretejido de instituciones y personas que con solidaridad ponen los medios necesarios para que las personas tengan puntos de apoyo en los que asentarse para transformarse. Sobre todo los menores que son quienes menos recursos personales tienen. Confiemos en el realismo de la esperanza: de que estas personas descubran en algún momento una persona, situación, actividad, encuentro, experiencia... que suponga el inicio de un proceso resiliente. Saludos cordiales, Jose Luis.