lunes, 15 de diciembre de 2014

Buenos tratos al terminar el año, buenos tratos al empezar el año. Buenos tratos todo el año (II y final) O acróstico en gloriosa armonía.

Segunda parte, hoy, del post dedicado a los buenos tratos. Estamos finalizando el año y mi última comparecencia de este 2014 que ya toca a su fin con vosotros/as es para subrayar y enfatizar la enorme trascendencia que los buenos tratos tienen en el desarrollo de los niños y las niñas. Es la clave para que podamos en un futuro, tener un mundo más justo y más humano.

Como es el último post del año, quiero daros las gracias. A todos/as y cada uno/a de vosotros/as. Uno/a por uno/a. A muchos/as os he podido conocer en persona y me habéis testimoniado vuestro agradecimiento por el blog. Otros/as me escribís y me regaláis –me sorprendéis gratamente- hermosas palabras de elogio al blog y de lo que os ayuda y aporta. Os estoy muy agradecido. La verdad es que uno no se puede ni imaginar que lo que escribe pueda resultar tan importante para tantos/as.


Antes de ofreceros el contenido del post, quiero pediros un cambio en la manera habitual de proceder del blog. Hoy va a ser diferente. Normalmente os encontráis con el tema que desarrollo y no suelo hablar de mí. Al ser la última entrada del año y al haber ocurrido un acontecimiento importante en mi vida, me gustaría que por una vez, cambiemos la dinámica usual de Buenos tratos para que me permitáis hablaros sobre mi persona, acerca de quien quincenalmente escribe estas líneas. Para que sepáis un poco más de mí. Y es que no todos los días suceden acontecimientos alegres. Por ello, os pido permiso para compartir con vosotros/as una efeméride muy feliz que no he tenido tiempo de mencionaros: el pasado octubre, el día 10 para ser exactos, cumplí veinte años de ejercicio profesional ininterrumpido como psicólogo-psicoterapeuta infantil y de adultos. Y este mes de diciembre, concretamente el día 20, se cumplen veinte años del primer paciente que traté. ¡Me acuerdo como si fuera hoy! Todavía me veo en ese chaval de veintisiete años que un tanto azogado le abría la puerta a la primera paciente de su vida. Tratando de que no se le notara. Porque evidentemente, la paciente no sabía que ella era la primera. Afortunadamente el cliente evolucionó positivamente, esto es, la joven mejoró notablemente.


NOTA: Si no te interesa mi recorrido profesional al celebrar mis veinte años de profesión, puedes saltarte los párrafos siguientes e ir 19 párrafos más adelante, donde dice: "Y ahora, querido/a amigo/a bloguero/a, seguidor/a de Buenos tratos, si has aguantado hasta aquí..." Podrás leer el contenido del tema de hoy.

Siempre he querido ser psicólogo. Creo que no sé hacer otra cosa. Ya en mi grupo, de joven, era siempre a quien las personas elegían para compartirme su mundo interno. Recuerdo un verano que leí un libro sobre psicología del desarrollo y me dije con fervor juvenil: ¡la psicología lo es todo. Esto es lo mío! Sin embargo, al terminar COU, mi entorno familiar me convenció (me dejé convencer, estaba inseguro) de que no era una buena opción porque no tenía salidas y futuro (sic) Una parte de mi familia provenía del mundo de la empresa y la abogacía, por lo que me animaron en este sentido porque tendría el futuro resuelto. ¡Pues iba a ser que no!, como se dice hoy en día. Porque yo para abogado no valgo. Aquéllo se me hacía insufrible. Lo primero, no tenía memoria para estudiar esa inmensidad de libros, de ladrillos. ¡Y qué aburridos! Lo segundo, no tenía vocación para abogado. El resultado fueron dos años (1985-87) perdidos. Aunque de todo se aprende, por supuesto. En 1987 fue cuando tomé la firme decisión de empezar lo que tenía que haber empezado dos años atrás: psicología. 

Cuando uno echa la vista atrás y ve cómo es la situación de la psicología hoy en nuestro país y como lo era en el año 1994, cuando empecé a trabajar en la consulta y la profesión no tenía el estatus que en la actualidad ha adquirido, siente cierta nostalgia. Feliz porque la evolución es necesaria. Además, en el ámbito de la psicología todo ha cambiado a mejor. La profesión del psicólogo es reconocida como sanitaria, existe una especialidad en clínica (PIR, equivalente al MIR de los médicos) que es el espaldarazo definitivo (aunque no se haya hecho justicia con miles de colegas que han contribuido al desarrollo profesional de la psicología clínica: el Colegio Profesional se lo reconoce y el Ministerio no les concede la homologación) al prestigio y utilidad de esta disciplina; y, finalmente, para los ciudadanos el acudir donde un psicólogo/a cuando lo necesitan comienza a ser algo tan normal como ir al dentista, por poner un ejemplo. Se han eliminado muchos prejuicios, aunque no todos.

En 1994 cuando comencé con mi despacho, no existía aún internet. Los PC no estaban generalizados en la sociedad y recuerdo que aún hacía los informes con la máquina de escribir ¡Llevaba una de tiempo! Con muy pocos medios, y gracias al apoyo de mis padres que me cedieron una sala de su casa para poder abrir la consulta, pude arrancar. Recuerdo que el inspector de Sanidad que revisó mi consulta me dijo que era de las pocas que inspeccionaba (en aquellos años casi nadie se interesaba en registrar las consultas de psicología) Estuve los tres primeros meses sin ningún paciente, y durante los dos primeros años con muy pocos. Aunque ahora profesionalmente estoy asentado, siempre recuerdo que empecé absolutamente de cero (fue duro), nadie me conocía y rememoro que me levantaba todas las mañanas y me recorría la ciudad ofreciendo mis servicios a colegios, compañías de seguros (entonces empezaban a incluir en sus carteras los servicios psicológicos), clubes deportivos, clínicas…

En 1994 no existía ni de lejos la oferta formativa que hoy existe para poder completar la formación, lo que llamamos postgrado. En la facultad no hicimos apenas práctica, y las prácticas en empresas, consultas, servicios de salud… eran una quimera. El psicólogo era visto más bien con una mezcla de desconfianza y desconocimiento, no se sabía a ciencia cierta qué hacía, el grado de conocimiento y penetración social de la profesión eran aún escasos y un buen número de tabúes y etiquetas pesaban sobre la figura del psicólogo. De hecho, en la ciudad le llamaban a la Facultad "la colina de los locos". Era una Facultad (donde también se estudiaba Filosofía y Ciencias de la Educación) en la que se acumularon una cantidad de profesores con un talento increíble, una manera única de relacionarse y un periodo convulso y difícil. Algo único en todo el Estado que no se volverá a repetir y que pude y tuve la suerte de vivir. En aquella Facultad aprendimos de una manera diferente. Este artículo de el diario El País recoge con brillante pluma lo que fueron aquellos años, muy duros para muchas personas. 

Me daba cuenta de que solamente con los conocimientos adquiridos en la carrera no podría hacer frente a los desafíos que una consulta tiene en cuanto a su fin principal: el tratamiento psicológico de las personas que acuden con trastornos emocionales. Por ello, debía formarme más y decidí hacerlo en Madrid y en el ámbito psicoterapéutico que por aquel entonces casi todo el mundo te recomendaba: terapia cognitivo-conductual. Era una formación a distancia y presencial orientada y dirigida a quienes ya estaban en el ejercicio profesional en una consulta o similar.

Recuerdo que fue muy difícil salir adelante (cuando nadie te conoce nadie te puede promocionar, por lo que os imagináis que resulta complicadísimo tener clientes) y que estuve a punto de cerrar sencillamente porque el despacho no era sostenible desde ningún punto de vista. Aun no pagando alquiler (gracias, queridos padres, desde aquí, por toda la ayuda prestada y por todo el cariño) no me llegaba ni para la seguridad social. Comencé a colaborar en un programa de radio de mi ciudad y acudía algún cliente, pero no como para sostener la consulta y menos tener un sueldo. Y me estaba acercando a los treinta años…

1996 fue el punto de inflexión porque concursé -junto con un compañero que me conocía y me llamó para competir con otros- con el fin de poder ser seleccionado para formar parte del equipo psicopedagógico del Colegio San Ignacio de Loyola de mi ciudad. En mi mente no pasaba ganar, claro. Uno se imagina a compañeros/as compitiendo más experimentados y formados obteniendo el puesto. Nos trabajamos un proyecto de evaluación e intervención psicopedagógica para los alumnos/as del colegio con necesidades educativas especiales que les gustó mucho y... ¡Nos cogieron a nosotros! ¡Todavía recuerdo los saltos que pegué por toda la casa! Un colegio es un sitio muy apropiado para aprender sobre el niño, el desarrollo, los funcionamientos familiares, sobre psicopatología, la influencia del contexto escolar en los niños… Trabajar como psicólogo del Colegio San Ignacio me proporcionó una cantidad mensual de dinero y darme a conocer. El despacho tuvo el impulso que necesitaba. Siempre he pensado que estuve al límite, ya había mirado una oferta para vender enciclopedias por las casas. Había estado a punto de renunciar a ser psicólogo, la vocación de mi vida. Les estaba dando la razón a todos/as los/as que me decían, en 1987, cuando empecé la carrera, que “qué iba a estudiar, ¿psicología? ¿Eso qué es?” Y los que sabían qué era me decían que "con eso me iba a morir de hambre" Nueve años estuve en el Colegio San Ignacio, el cual dejé el año 2005 para centrarme de lleno en la consulta y en el tratamiento de los niños y adultos traumatizados (mi pasión)

Aun así, el despacho no lo estabilicé hasta el año 2004. Siempre suelo decir que los cinco primeros años son los más duros, pero que por lo menos, hacen falta diez para poder consolidar el mismo. Para darte a conocer y que las personas sepan de tu (buen o mal) hacer. En mi caso -por supuesto que cometiendo errores pero tratando de aprender de ellos- creo que la gente me ha valorado positivamente (y me valora) y por mi parte trato de devolver esa confianza haciendo mi trabajo lo mejor posible, formándome, leyendo, documentándome, implicándome y llevando la cultura del buen trato al ámbito de la psicoterapia. Sin embargo, con todo, pienso que la clave para ser considerado y sacar adelante un proyecto está -como les dije humorística pero ciertamente a unas colegas- en moverse a nivel de barrio. Con esta expresión estoy hablando de la humildad. Esta virtud, junto con la vocación, la pasión por lo que haces y el trabajo, trabajo y más trabajo son fundamentales en todo proyecto laboral.

1999 es otra fecha clave porque comienzo un proceso de homologación como psicólogo por parte de la Diputación Foral de Gipuzkoa para trabajar como psicoterapeuta con niños y adolescentes que forman parte de los programas de acogimiento residencial, familiar e intervención familiar. Para entonces, me he trasladado y abro nueva consulta en un piso dejando la casa de mis padres -que se hacía pequeña para las necesidades que presentaban mis clientes- y para ofrecer un mejor servicio en un espacio más amplio y luminoso.

Soy homologado por la Diputación Foral de Gipuzkoa y comienza la etapa más importante de mi carrera. Los niños y niñas que trato tumban mi modelo tradicional nosográfico y terapéutico. Me doy cuenta de que con ellos no puedo trabajar desde el marco convencional de una terapia (sea cognitivo-conductual u otras) porque presentan un nivel tan grande de sufrimiento psicológico y desconfianza en el mundo adulto que intuía (ahora lo sé y lo tengo confirmado) que lo que primero necesitaban por encima de todo era y es un enfoque interpersonal de corte humanista (y hoy en día añado que basado en los aportes de la teoría del apego con el fin de lograr un apego terapéutico; entonces no lo sabía)

Voy buscando ese modelo que logre comprehender a estos chicos y chicas y no lo obtengo hasta que tengo la inmensa fortuna de que Jorge Barudy (él sabía de mí) me selecciona para formar parte de un diplomado para psicoterapeutas infantiles que deseen trabajar desde su modelo.

Porque hace falta un modelo humanista para trabajar con estos niños y adolescentes, sí; pero no sólo eso. Por ello me di cuenta de que estaba ante una nueva gran oportunidad en mi carrera (necesitaba conocimientos, métodos y técnicas adaptados a las necesidades de estos menores) y entro a formar parte de la primera promoción de psicoterapeutas denominados APEGA. Ahora vamos por la séptima promoción APEGA. El diplomado me cambió la vida a nivel profesional y personal (porque  además, hice grandes amigos y amigas que aún conservo): es una de las pocas ofertas formativas que conozco diseñada para grupo pequeño, donde se vive y se siente el modelo del buen trato, donde se experimenta todo lo que se aprende. Allí descubrí además, los conceptos y las herramientas (y las cualidades) que se necesitan para ser psicoterapeuta infantil.

Diez años después de cursar el diplomado (2014 ha sido el año en el que se cumple esta efeméride, eso me ha animado también a escribir sobre mi trayectoria profesional) el desarrollo conceptual, metodológico y técnico del mismo se ha enriquecido notablemente. Hoy en día se ofrece una formación diseñada y estructurada en dos años en los cuales la formación teórica, práctica y personal es muy completa. El modelo se ha enriquecido de los aportes de la teoría del trauma y de las neurociencias.

El año 2009, de alumno del diplomado pasé a formador: tuve y tengo el honor de que Jorge Barudy y Maryorie Dantagnan me ofrecieran colaborar con ellos y exponer la forma de aplicar su modelo en mi trabajo en la consulta, en psicoterapia; y desde entonces he participado como profesor-colaborador en las distintas promociones de alumnos/as (APEGA) en Barcelona. Hasta que este año 2014-15, como sabéis, el diplomado se ha extendido a Chile y Euskadi. En ambos territorios hemos comenzado la primera promoción de APEGA.

Desde que me formé en el modelo de Barudy y Dantagnan he podido comprender mejor a los niños y niñas, adaptarme a sus necesidades, empatizar y ser respetuoso con su sufrimiento, aprender qué cualidades personales contribuyen a que puedan sanar de sus a menudo terribles heridas emocionales y ofrecerles un programa de trabajo terapéutico con la metodología y las técnicas que mejor se adaptan a sus características, complejidad, nivel de desarrollo y por supuesto, reparadoras del daño que presentan (invisible con frecuencia, pero daño emocional y estructural en el apego)

2013 es otra fecha importante porque el Juzgado de lo Contencioso Administrativo de Madrid condena al Ministerio de Educación a revisar el proceso de homologación de mi título (que con toda justicia me correspondía al cumplir con todos los requisitos marcados por la ley) de Psicólogo Especialista en Psicología Clínica. El escrito de demanda de mi abogada que exponía las arbitrariedades cometidas por la Comisión Nacional y la indefensión en la que me dejaron (entre otras cosas la Comisión le llevaba la contraria a mi Colegio Profesional que certificaba que había ejercido durante los años que la ley requería, las actividades propias de la especialidad) fue admitido por el juez. Sinceramente, se hizo justicia porque no solicitaba nada que no hubiese ganado con mi trabajo, estudio y esfuerzo de años. Y así, en octubre de 2013, justo 19 años después de que abriera el despacho, la Comisión, revisando el expediente, no tiene otra que actuar en justicia y concederme el Título de Psicólogo Especialista en Psicología Clínica.

Como veis estos veinte años han tenido de todo, pero ha habido mucho más bueno que malo, sin duda. He vivido increíbles momentos como psicoterapeuta y he conocido y ampliado mi red conociendo maravillosos profesionales y mejores personas. Pero desde luego, que no suene a despedida. ¡Que 20 años no es nada!, como dice el tango argentino. Aún quedan muchos años más por vivir (espero) y ojalá pueda celebrar otros 20 más con todos/as vosotros/as. Porque no sé hacer otra cosa que ser psicólogo, no sabría a qué poder dedicarme. Esta Navidad y al despedir el año, el año de mis veinte años, brindaré por ello y os tendré a todos/as y a cada uno/a de vosotros/as en mi mente y en mi corazón.

Y ahora, querido/a amigo/a bloguero/a, seguidor/a de Buenos tratos, si has aguantado hasta aquí, te ofrezco el contenido del tema de hoy. Siempre que celebramos el último post del año me gusta exponer los contenidos de una manera especial y más sentida. Que lleguen directos al hemisferio derecho. Por ello, para remarcar la trascendencia que los buenos tratos tienen para el desarrollo armónico y feliz de los niños/as y para el bienestar bio-psico-social de todas las personas, os ofrezco este juego de palabras. Seguro que adivináis la sorpresa. Por si acaso, una pista: ¿Os acordáis de cómo se sabe quién es el autor (probablemente) de la inmortal obra de la literatura española llamada La Celestina? Ya os he dado una pista. De todos modos, adivinar la palabra que se esconde en este juego de palabras es fácil, a simple vista se capta, ¿no? Os ayudo perceptivamente:

Base segura: Los adultos, todos, tenemos que constituirnos en la base de seguridad que el niño/a necesita para poder explorar el mundo. Gracias a las herramientas cognitivas, emocionales y conductuales que obtiene de nosotros, puede abrirse con seguridad a la autonomía progresiva. Sabiendo que puede retornar donde nosotros y encontrar aliento, consejo, apoyo, cariño, herramientas emocionales de calma… que le permitan volver a intentarlo. Somos para el niño/a fuente de aceptación fundamental: se le acepta como persona y se le respeta siempre, pero no se toleran todas las conductas, en especial las que sean dañinas para él y los demás. La base segura debe de formar parte del buen trato. Son inseparables.

Unión: Sin unión y lazo afectivo (vínculo) creado entre el adulto y el niño/a no hay nada que hacer. Sólo el vínculo sana. El vínculo se construye permaneciendo en el espacio/tiempo con el niño/a, mediante el afecto, la consistencia en nuestros actos, el límite y el respeto absoluto a la figura del menor. No olvidemos que el niño/a es una persona. El vínculo es la sólida cuerda que une al infante y al adulto y que no se romperá jamás. Pase lo que pase. Se puede reñir, discutir, pelear, enfadar… Pero jamás se romperá. Así debe ser y así debemos hacérselo sentir.

Estabilidad emocional: La que el adulto tiene que transferir al niño/a. Una persona con estados de ánimo templados, no cambiantes, que es una autoridad calmada, que es capaz de regular sus propias emociones y gestionarlas, que no descarga su ira ni atemoriza al niño/a con sus estados de ánimo y conductas consecuentes cambiantes… “¿Qué es lo que más te gusta de mí?”, les pregunto a los niños de mi consulta. “Que siempre estás igual”, responden muchos de ellos.

Necesidades: Estamos para satisfacer las suyas, para pensar en ellos/as,  acompañarles en su camino. Quien busque que los niños/as le gratifiquen, debe de reflexionar. Quien crea que los niños/as van a alegrarle la vida, cuidarle, repararle algo, llenar huecos emocionales, unir parejas… deben de hacérselo mirar, como dicen los jóvenes de hoy en día. Necesitan un trabajo personal en psicoterapia, de lo contrario perjudicarán a sus niños/as.

Orden: O lo que es mi mismo, estructura para los menores. Sin rutinas y orden diario, coherencia, flexibilidad cuando debe haberla, predictibilidad, tener claro qué se permite y qué no en casa, consistencia en nuestras pautas normativas… no puede haber buenos tratos.

Sostén: O holding (en inglés) o contención. Hemos de aprender a dar forma con la palabra a los deseos y mundo interno del niño/a. Cuando éste/a se altera, desregula, se muestra impulsivo, agresivo, no se contiene… Hemos de tratar de calmarlo y regularlo con las palabras y en última instancia, si se requiere por seguridad, sujetarle con cariño pero firmeza para que podamos contener su dolor. Siempre con buen trato, el niño/a ha de entender esto como sujeción, no como daño.

Tranquilad: Paz. Serenidad. Sin prisas. Vivimos en una sociedad (o hemos creado una sociedad) que corre, que no tiene tiempo más que para tareas, funcionar, clases, actividades, hacer y hacer… Pero descuidamos la tranquilidad de estar en relación sintonizada con alguien, jugando, riendo, sintiendo, hablando, conectando… que es como se va trabajando y creando el vínculo.

Razonamiento: Para poder desarrollar la capacidad de contención y de comprensión, los límites, las normas, la empatía… en el niño/a. Debemos de expresarle siempre cuáles son las razones que nos mueven a actuar como actuamos. Somos ejemplo de ética y justicia.

Afectividad: Sin el lenguaje del cariño no hay ni se construye buen trato. Afectividad es mostrar y expresar a los niños/as que les queremos, hacer que lo puedan sentir. Tanto por las cosas buenas que hacemos por ellos/as porque les queremos como en las muestras de cariño que les damos: besos, abrazos… Quienes no gusten de contacto corporal (hay niños/as que no les gusta), se les puede dar una palmada en la mano o algún gesto similar. La afectividad también se transmite diciéndoles lo mucho que les queremos y resaltando sus cualidades positivas.

Tolerancia: La que como adultos nos es imprescindible cultivar o desarrollar. Tolerancia ante las conductas negativas. Tolerancia porque son niños/as. Tolerancia porque están aprendiendo, porque no saben, porque tienen déficits, porque hemos de aceptar y tolerar al niño/a como es... Y hacerle saber que le queremos así. Lo peor que puede ocurrir es que el adulto con las palabras u otro tipo de lenguaje no verbal le haga saber al niño/a que no le acepta en lo fundamental: como persona, como es. Recordemos que la resiliencia se construye cuando el menor encuentra a alguien que es capaz de aceptarle con independencia de sus conductas, raza, religión, temperamento, etc.

Obras: Trabajar con el niño/a. Comprometernos siempre a ayudarle, a enseñarle, a tener la expectativa de que podrá ir mejorando como persona, a hacer equipo por él/ella. Que sienta que no le criticamos ni censuramos, que estamos con él/ella y trabajamos codo con codo junto con toda la red social que le rodea, apoya y protege para que pueda sanar de sus heridas emocionales.

Sensibilidad: El denominador común de toda la intervención. Recordemos que Mary Ainsworth decía que el componente adulto fundamental para que la calidad del apego entre la cría y el cuidador fuera seguro era la sensibilidad, el grado o la capacidad del adulto de leer los estados internos, comprenderlos empáticamente y tratar de satisfacerlos.

¿Adivinas cuál es la palabra escondida, amigo/a?

Tres son las picadas que hoy os ofrezco. Dos de carácter bibliográfico y otra, una maravillosa entrada en el blog Kusikuy de Loretta Cornejo.

Vamos con la primera: una buena manera de terminar el año es proponer literatura. Y si es psicológica, mejor que mejor. Se trata del libro (ya lo conocéis) que publiqué el pasado año: “Construyendo puentes. La técnica de la caja de arena (sandtray)” La buena noticia es que alcanza su segunda edición al agotarse la primera. Estoy encantado de que esta obra haya interesado a tantos/as profesionales. Prueba de ello es la cantidad de talleres y seminarios que estoy impartiendo para dar a conocer la técnica y que puedan beneficiarse de su uso muchos menores y adultos, pues es una forma segura de narrar contenidos mentalmente sobrecargantes o de naturaleza traumática. Gracias por el apoyo dado al libro y por todos los comentarios que me han llegado sobre el mismo. Esperemos que podamos celebrar más ediciones.

La segunda picada bibliográfica: recordaros la aparición de un gran libro escrito por grandes mujeres y hombres que actualmente estoy leyendo y que recoge las propuestas formativas (revisadas y ampliadas) que tuvieron lugar en el marco del II Congreso Europeo de Resiliencia celebrado en Bilbao el año pasado, en octubre de 2013. Me estoy refiriendo a: Nuevas miradas sobre la resiliencia. Editorial Gedisa. Esta obra -coordinada e impulsada por el profesor universitario José María Madariaga- compila los trabajos e ideas a las que se dedican y consagran profesionales y profesores tan prestigiosos como Boris Cyrulnik, María Angelica Kotliarenko, Jorge Barudy, Stefan Vanistendael, Jordi Grané, Anna Forés, Pilar Surjo, José Luis Rubio, Gema Puig y mi amigo y colega Óscar Pérez-Muga, entre otros. Óscar nos presenta un excelente capítulo titulado: "El proceso resiliente del apego en adopción, acogimiento familiar y residencial" (nos interesa especialmente) en el cual desarrolla el concepto del apego y sus clasificaciones desde la ética. Este libro me está resultando muy atractivo y estimulante, os lo recomiendo para ampliar ámbitos y prácticas, como dice su subtítulo. A buen seguro a lo largo de los posts volveremos a hacer referencia al mismo porque está firmado por los mejores especialistas en resiliencia.

Tercera (y última por este año 2014) picada: Loretta Cornejo nos ha regalado un precioso post en su blog Kusikuy. Es la mejor manera que se me ocurre de terminar el año: con sentido y sensibilidad. El mensaje que Loretta nos envía enfatiza el necesario cambio de mirada hacia el niño, hacia los otros, como piedra angular del cambio social. Es responsabilidad de cada uno de nosotros. Se titula: La capacidad de la mirada.

El post que rescato de las estanterías virtuales del almacén de internet donde reposan las entradas pasadas de Buenos tratos es el que escribí hace un año, al despedir el 2013, y que versó sobre la necesidad de la aceptación del niño. Tan sólo una palabra, pero qué difícil nos resulta. Y es la palabra clave. Si se logra (es una palabra emocional, que requiere un profundo cambio interno), entonces es cuando asistiremos a la transformación y crecimiento postraumático del niño/a. Creo que es bueno recordarla: aceptación.

¡Feliz Navidad a todos/as, mis mejores deseos para ti en 2015!

Buenos tratos regresa el 12 de enero de 2015.

Gabonak ondo pasa eta urte berri on guztioi! Buenos tratos blog-ak urtarrilan 12an berriro itzuliko du!

Cuidaos / Zaindu.

lunes, 1 de diciembre de 2014

Buenos tratos al terminar el año, buenos tratos al empezar el año. Buenos tratos todo el año (I)

Estamos en el último mes del año y al terminar el mismo mi intención es obsequiaros con dos posts específicos sobre este tema. ¿Por qué? Porque aunque el  modelo del buen trato a la infancia está siempre presidiendo el blog (empezando por el título: éste es ya toda una declaración de intenciones), impregnando los contenidos y los mensajes que transmito a lo largo de todas las entradas que escribo, subrayando la toxicidad y el daño que su antagonista (los malos tratos) producen en la mente en desarrollo de los niños, ensalzando las bondades de sus amigos apego y empatía como características que vehículan los buenos tratos, enfatizando las nefastas consecuencias que el trauma en el desarrollo acarrea para el niño, insistiendo una y mil veces que sólo mediante los buenos tratos es posible contribuir a la reparación del daño por el maltrato y el abandono temprano y favorecer procesos resilientes, sin embargo repasando los post de los últimos años, como digo, no encuentro ninguno que verse específicamente sobre los buenos tratos. Esta es una de las razones por las cuales voy a escribir dos post sobre ello para despedir el año. La otra razón es que este último mes de noviembre, al iniciar el diplomado de trauma terapia infantil sistémica de Barudy y Dantagnan en Bilbao, la primera promoción de APEGA en Euskadi (red de terapeutas formados en este modelo de psicoterapia), donde colaboro como docente, al acompañar a los alumnos/as en su formación (un grupo integrado por profesionales que atesoran brillantes curriculums, dispuestos y preparados para redondear sus trayectorias, a formarse en trauma terapia) en un reciente módulo formativo cuyos contenidos giran en torno a la ecología social de los buenos tratos, he tenido la oportunidad de volver a estudiar el libro (que es la base teórica de ese módulo y de todo el diplomado) que Jorge Barudy y Maryorie Dantagnan escribieron allá por el año 2005. Me estoy refiriendo a un clásico e imprescindible manual para todos/as las personas que trabajan y se interesan por el ámbito de la protección a la infancia: Los buenos tratos a la infancia. Parentalidad, apego y resiliencia.

Además, hay otra razón por la que voy a hablar de buenos tratos: estamos entre el final de un año y el principio de otro. Me parecen fechas simbólicas que invitan a que reflexionemos. Y cuando lo hago observo que el modelo se propaga, que hay muchos profesionales y padres, madres, profesores, educadores, monitores, vecinos, etc., que tienen una gran conciencia sobre la necesidad de tratar a los niños desde este modelo (la prueba es que el interés del diplomado y las formaciones que impartimos crecen día a día; al mismo tiempo uno observa que en los últimos años nacen iniciativas que ya se estaban gestando años atrás en las mentes de esas personas, como por ejemplo lo es la Asociación Educativa Dando Vueltas, de Vitoria-Gasteiz; otras ya existían, como la red de buenos tratos de Burlada, Navarra)

Pero a la vez, asisto con preocupación y tristeza (al igual que vosotros/as) a las desgarradoras noticias que nos llegan sobre los 8.000.000 millones de niños/as desprotegidos en todo el mundo. También, cerca entre nosotros, aquí, leo en un periódico local que la mitad de los vascos está en riesgo de pobreza. Y entre ellos, los más vulnerados: los niños. Me imagino que en vuestras comunidades asistiréis a noticias como estas. La pobreza -o estar en riesgo de ella- no es el mejor de los escenarios para promover el buen trato. Es el peor de los escenarios. Porque sitúa al ser humano en la insatisfacción de las necesidades básicas y le mueve a la depredación. Barudy y Dantagnan lo dejan bien claro en su libro: “Los malos tratos como expresión de contextos de pobreza y exclusión social: existen suficientes argumentos para afirmar que los contextos de pobreza y exclusión social son antihumanos y favorecen la emergencia de todo tipo de malos tratos en una familia. Los contextos de pobreza y miseria indican una violencia social, consecuencia de una injusta distribución de la riqueza, la cual crea, a su vez, condiciones de vida terribles para los pobres”

En consecuencia, creo que actualmente (precisamente en estos momentos duros para muchas familias) es cuando más deberían de apostar las administraciones -y toda la sociedad- por políticas de protección de los niños y de sus familias, arbitrando todas las ayudas que sean necesarias para garantizar su bienestar. Al mismo tiempo, todos los agentes sociales debemos de comprometernos en la concienciación -desde todos los ámbitos en los que actuamos e influenciamos- de que sólo con políticas que tengan como prioridad garantizar los buenos tratos a la infancia tiene futuro la sociedad. En suma, todas y todos debemos comprometernos en patrones de relación en los que el buen trato sea el denominador común. Quiero insistir en ello porque últimamente estoy observando con preocupación en mi entorno inmediato actuaciones que no respetan el derecho de los niños a ser bien tratados. Incluso en aspectos importantes de la cotidianidad y la convivencia a los que atiendo me da que pensar que muchos adultos están alterados emocionalmente, y que las condiciones desfavorables de la vida no ayudan. Por poner un ejemplo, entre bastantes padres y algunos profesionales adquiere carta de naturaleza la tristemente célebre y tradicional torta a tiempo. Hace unos años escribimos por qué nos parecía contraindicada y negativa para los niños (en especial para los que han sufrido el trauma del maltrato y de la violencia)

Por todo ello es por lo que quiero hablar de buenos tratos y en particular del libro que Barudy y Dantagan escribieron en el año 2005. Es el libro que todos los profesionales deberían de leer. En especial las personas que tienen en sus manos las decisiones sustantivas. Por supuesto que también debéis de leerlo todos los padres, las madres y los profesionales que no lo hayáis hecho.

Releyendo el libro, me doy cuenta de que aunque hayan pasado casi diez años de su publicación, los contenidos, propuestas, conceptos y metodologías de intervención resultan más necesarias que nunca. Parece que no ha pasado el tiempo por este libro.

Nos ha inspirado a muchos profesionales en nuestro trabajo. Nos ha ayudado sobremanera en nuestras vidas.

Releyendo el libro, voy a exponeros algunas líneas que me han vuelto a hacer pensar, a entusiasmar y a contagiarme más aún si cabe con esta propuesta respetuosa con los niños y los menores de edad. Os invito a que penséis acerca de ellas y que lo cotejéis con vuestra actuación como padres, madres, abuelos, abuelas, tíos, tías, padrinos, madrinas, acogedores, familias de apoyo, profesionales, técnicos... en definitiva, miembros activos de la sociedad. Como muy bien afirma la profesora Bárbara Torres, experta en apego, la base está en el autoconocimiento. Y para auto conocerse hay que parar, mirar en el interior y reflexionar sobre nosotros mismos y nuestras acciones, patrones de relación y modos de educar:

Uno de los grandes logros de los investigadores de lo humano ha sido demostrar la importancia de las relaciones afectivas y de los cuidados mutuos en la conservación de la salud psíquica.

Las relaciones sociales y la afectividad también forjan nuestra biología en el modo en el que los genes se manifestarán.

El propio desarrollo cerebral de los cuidados y de los buenos tratos que cada persona haya recibido tanto en su niñez como en su vida adulta.

Los buenos tratos y los cuidados son relaciones recíprocas y completarías, provocadas por la necesidad, la amenaza o el peligro y sostenidas por el apego, el afecto y la biología.

Las capacidades parentales fundamentales son el apego, la empatía y los modelos de crianza. ¿En qué medida posees estas competencias? ¿Cuáles son tus estilos de crianza? ¿Son adecuados para educar y tratar bien a tus hijos/niños? Como profesional, ¿eres consciente de que los niños antes de poder hacer psicoterapia han de poder sentirse cómodos en la interpersonalidad contigo? ¿Sabes que para poder explorar su interior han de sentir primero que les tratas bien y que te constituyes en base segura para que puedan emprender con confianza esta tarea?

La función parental tiene tres finalidades fundamentales: nutriente, socializadora y educativa. La primera, nutriente, consiste en proporcionar los aspectos necesarios para asegurar la vida y el crecimiento de los hijos. La socializadora se refiere al hecho de que los padres y las madres son fuentes fundamentales que permiten a sus hijos el desarrollo de un autoconcepto e identidad. La función educativa hace referencia a que los padres deben garantizar el aprendizaje de los modelos de conducta necesarios para que sus hijos e hijas sean capaces de convivir, primero en la familia y luego en la sociedad, respetándose a sí mismos y a los demás.

Podría rescatar muchas más frases. Pero quiero que los que aún no habéis leído el libro lo adquiráis porque merece mucho la pena. Deseo terminar tan sólo con unas líneas más del mismo que son como una guía para que nos autovaloremos. Es algo practico que aparece en esta joya de libro que nos ha servido de guía y aprendizaje en nuestro caminar personal y profesional a muchos y muchas de nosotros/as que convivimos, nos relacionamos o trabajamos con niños/as y lo queremos hacer desde el respeto al niño, desde el buen trato. Son indicadores que os pido, hagáis un checking personal (como yo también lo voy a hacer) Es muy importante que nos mentalicemos de que los/as niños/as no pueden tener un desarrollo saludable y un bienestar si sus entornos (familiar, escolar, social) no son de buen trato. Todavía hay muchas personas que creen que el desarrollo del niño sucede solo y que el papel de los contextos, las relaciones y la calidad de las mismas tienen un impacto limitado en la biología cuando sabemos que no es así. Los niños no pueden construirse solos. Todos/as nos hacemos, durante mucho tiempo, bajo la influencia de los demás:

Las madres y padres competentes ofrecen a sus hijos un apego seguro y reaccionan con empatía frente a las demandas de satisfacción de sus necesidades, pero al mismo tiempo mantienen la "dominancia" o, en otras palabras, la autoridad necesaria para protegerles y educarles.

La proximidad física, las manifestaciones afectivas y las demostraciones de ternura son vividas placenteramente.

Los padres tienen un sentimiento de echar de menos a su hijo o hija cuando él o ella están lejos o ausentes, pero son capaces de respetar sus procesos de autonomía.

Demuestran explícitamente la alegría y el placer de su presencia. Sonríen, favorecen los contactos físicos con él y se dan tiempo no solo para hablar, sino también para conversar con sus hijos e hijas.

Manifiestan interés y placer al descubrir cómo sus bebés se comunican con el entorno. Por ejemplo, sonreír, seguir con la mirada, balbucear, llorar para obtener lo que necesitan.

Les emociona constatar los esfuerzos que hacen para avanzar en el desafío de su desarrollo. Por ejemplo, tratar de moverse en la cuna, intentar sentarse, los ensayos antes de alcanzar la posición bípeda o caminar...

Más tarde se interesan por la emergencia de la palabra en sus hijos e hijas, no solo de lo que dicen, sino también de las explicaciones que se construyen sobre lo que van descubriendo y sobre los interrogantes que se plantean.

Les protegen en situaciones de peligro y previenen los riesgos inútiles organizando el entorno.

Son sensibles a su sufrimiento emocional.

Los padres conocen a su hijo/a: sus gustos, sus intereses, sus amigos, sus costumbres...

Los padres y las madres no sustituyen a sus hijos e hijas, ni les dejan solos por el éxito profesional, por poseer bienes materiales o por sus aficiones deportivas.
Los hijos e hijas tienen una importancia trascendental en sus vidas, y por esto son capaces de respetar sus procesos de diferenciación, acompañándoles en los momentos de progreso y regresión.

Para mí es un auténtico placer volver a leer este libro. Nuevamente ha vuelto a hacerme pensar y adquirir nuevos significados. He sentido y vivido la lectura de este libro de una manera diferente a cuando lo leí por primera vez. Entonces quedé fascinado por el mismo. Hoy además de maravillado, lo veo desde una postura de mayor madurez personal y profesional y soy más consciente de la enorme trascendencia que tienen sus propuestas. Además, he tenido el enorme privilegio de formarme con los autores (de gran calidad humana) conocerlos y ahora, compartir con ellos la apasionante aventura de ser formador de otros que desean imbuirse de este cálido modelo, que tan bien suena al oírlo y que tantas emociones positivas nos suscita, además de contar con sustento científico. Esta formación en Bilbao la llevamos adelante junto con otros compañeros, excelentes personas y profesionales: Rafael Benito, psiquiatra, cuyos conocimientos sobre neurociencia y cómo aplicarla en el ámbito terapéutico, educativo... son de un valor inestimable; y Tatiana Caseda -psicóloga y psicoterapeuta infantil con dilatada formación y experiencia- que nos aporta su excelente saber hacer con familias con severas incompetencias en el ejercicio de la parentalidad, y también cómo aplica el modelo de psicoterapia de Barudy y Dantagnan en su trabajo como psicoterapeuta infantil y de familia.

La semana que viene, último post del año, os ofreceré la segunda parte de esta serie de dos entradas sobre los buenos tratos proponiéndoos un juego con dos palabras.

Ritual de despedida de vosotros/as: ofreceros la picada de la semana. ¿Cuál es? La excelente entrevista realizada por mis amigos y colegas del blog hermano Dando Vueltas a mi amigo y colega Rafael Benito Moraga y las magistrales respuestas dadas por él sobre temas tan interesantes como la neurobiología del maltrato, del buen trato, el TDAH, la epigenética, el apego... Interesantísimas y excelentes una vez más, sus contribuciones y aportaciones. Desde aquí mi enhorabuena a los autores del blog y a Rafael Benito.


Cuidaos / Zaindu