Estoy metido de lleno en la lectura del libro “El apego en psicoterapia” del autor David Wallin, psicólogo y psicoterapeuta, que acaba de
ser publicado por la editorial Desclée de Brouwer. Es un libro imprescindible para todo psicólogo-psicoterapeuta que quiera trabajar con sus pacientes desde la teoría del apego.
En esta obra, Wallin, además
de hacer una exhaustiva y excelente revisión de los autores que contribuyen al
desarrollo de lo que denominamos teoría del apego (desde Bowlby y su
colaboradora Ainsworth, pasando por Mary Main y terminando en las recientes
aportaciones de Fonagy), propone una aplicación práctica de ésta a la
psicoterapia con pacientes adultos que presentan un estado de mente con respecto
al apego evitativo, preocupado o desorganizado (no resuelto) Me parece, de lo que
llevo leído, un auténtico lujo. El libro abre, además, nuevas perspectivas
porque engrana el apego con el mindfullness (conciencia plena), pues los
beneficios que la práctica de éste conlleva (el mindfullness se desarrolla a
través de la práctica de la meditación) son muy similares a las mentes de las
personas que presentan un apego seguro: integradas, flexibles y con un flujo auto-regulatorio.
En esta ocasión, destaco al autor Fonagy, quien ha renovado
la teoría del apego (dándole un nuevo empuje y abriendo las
puertas a lo que posiblemente será la psicoterapia en el siglo XXI:
psicoterapia centrada en el apego, basada en cómo la persona se construye desde las
primeras interacciones con los cuidadores y cómo éstas modelan el ser junto con
otras experiencias de vida posteriores) proponiendo el concepto de
mentalización, algo de lo que ya os he hablado en otras entradas pero que
retomo de nuevo porque me parece de enorme trascendencia en la educación y
tratamiento de los niños (biológicos o no biológicos)
Fonagy (basándose en la teoría de la mente) amplió el foco
de interés para incluir la atención del adulto hacia los estados mentales en
general, y en particular los estados mentales de los demás. Para Fonagy, el
rasgo distintivo de la capacidad que denominó mentalización (mentalización es
el proceso por el cual nos percatamos de que tenemos una mente que media en nuestra
experiencia del mundo) no era el autoconocimiento sino el conocimiento de las
mentes en general. La actividad de la mentalización (ejemplo, una hija que se
percata que el “rechazo” de su padre tal vez es fruto de la depresión, más que
de la hostilidad) tiene su origen en lo que Fonagy denomina la capacidad de
función reflexiva (Wallin, 2012)
La función reflexiva del cuidador consiste en ser capaz de
leer los estados internos del niño y contenerlos, además de reflejarlos sin
invadirle. No se trata de que sepamos lo que siente el niño (eso nunca lo
sabremos 100% seguro), dice Fonagy. Lo importante es darle al niño indicios, pistas
de que su mente y sus estados se comprenden. La función reflexiva se asienta
mucho en la capacidad de empatía. Y los cuidadores competentes desde el punto de
vista de la reflexión son los que pueden contener los afectos inquietantes del
niño comunicando afectivamente y mediante el lenguaje del cariño físico que (1)
entienden la causa de la angustias y su impacto emocional; (2) pueden afrontar
la angustia y aliviarla y (3) pueden reconocer la postura intencional emergente
del niño, entendida como su capacidad de inferir las intenciones que subyacen a
la conducta, en particular a la conducta del padre o de la madre. Los padres
entablan, de este modo, un proceso de regulación interactiva del afecto. A
través de este proceso, refuerzan la confianza del hijo en el vínculo de apego
como refugio y base segura. Y al reconocer la postura intencional del niño,
estos padres (mentalizadores) aportan piezas fundamentales para el futuro
desarrollo de la capacidad de mentalización en el hijo (Wallin, 2012)
Fijaos si tiene trascendencia esta función reflexiva que Fonagy nos dice, sin ambages, que los padres con
una fuerte capacidad reflexiva tienen una probabilidad tres o cuatro veces
mayor de criar hijos seguros que los padres cuya capacidad era escasa. Las personas (padres o niños) que han tenido una
vida dura con experiencias tempranas difíciles atenuaban el impacto de éstas si
estaba presente la capacidad de mentalización o si la desarrollaban
posteriormente. No es tanto la historia que hayas vivido sino la actitud que
tengas ante la misma y cómo la hayas construido. Por ello, los padres con
historias duras a sus espaldas (importantes privaciones, etc.) pero dotados de
una potente función reflexiva desarrollaban hijos seguros. Y disminuía la probabilidad de aparición de la transmisión generacional del apego inseguro.
De todo esto podemos deducir que un pilar fundamental en el
trabajo con los niños víctimas de experiencias duras de vida y que han desarrollado
apegos inseguros (aparte de una relación basada en la aceptación de la persona
del niño pase lo que pase) está en utilizar la función reflexiva con el fin de
que éste pueda ser capaz de descubrir la mentalización (el otro tiene una mente
con deseos, intenciones, emociones…)
Tanto en la psicoterapia, como en el trabajo educativo
(profesores, educadores…) y la labor de los padres, debemos marcarnos como
prioridad ayudar al niño a que piense sobre sus sentimientos y sienta sobre sus
pensamientos, que reflexione internamente. De este modo, estaremos fomentando
el surgimiento de la mentalización. Sin embargo estamos demasiado cebados en “ponerle
consecuencias” dejando a un lado el importantísimo y trascendental trabajo de
la potenciación de la reflexión en el niño. Y, además, teniendo en cuenta que
estamos metidos en una vorágine de actividad diaria, nos queda muy poco tiempo
y estamos muy cansados para hacer este trabajo. Trabajo que requiere de tiempo,
de paciencia, de motivación y sobre todo, de darle la prioridad que tiene (que
no se la damos; son muy poquitos los padres que se convencen de que esto merece
la pena y estamos demasiado seducidos por las propuestas tipo supernany: eficaces en
el cortoplacismo pero que no enseñan al niño a pensar y sentir; negativas a
largo plazo y además, estropean el vínculo entre padres e hijos si las técnicas
disparan la cólera del niño y las interpreta como dañinas, que así suele ser)
Hay niños que tienen mucha dificultad para desarrollar esta mentalización y requerirán que actuemos como si el niño fuera más pequeño (la función reflexiva la usa el cuidador en los primeros años de vida y el niño, para el primer año, ya se hace una idea de la intención del otro) Tendremos que ir más atrás con ese niño más mayor. ¿Cómo?
Fonagy nos dice que debemos manifestar un eco, una reflexión
y una expresión del estado interno observado en el niño para que los padres o
cuidadores propicien que éste descubra paulatinamente sus propias emociones
como estados mentales que pueden ser reconocidos y compartidos, descubrimiento
que sienta las bases de la regulación del afecto y el control del impulso. Si
no trabajamos esto, será imposible que el niño aprenda a saber por qué hace
determinadas conductas como pueden ser no estudiar, pegar a los compañeros, sentir
angustia, explicar por qué cogió las cosas de otro sin pedir permiso, etc. Muchas
conductas que interpretamos de manera inadecuada. Y son producto de un déficit
en la mentalización del niño (Wallin, 2012)
Lo entenderemos mejor con estos ejemplos: Los padres o cuidadores,
con su bebe, que llora porque no llega a tiempo el biberón: “Lloras ¿eh?; es
que el bibe estaba frío y tú ya sentías enfado" (enfatizando) "Pero ya estamos aquí, ya estamos aquí..." (sonriéndole y
mirándole con ternura) Porque Fonagy dice que para que tales expresiones
contingentes se vean como REFLEJOS DE LA EXPERIENCIA EMOCIONAL DEL NIÑO, Y NO
LA DEL PADRE O DE LA MADRE, éstos deben “marcar” tales expresiones como si
fueran simuladas (exagerando el afecto que se refleja) o (como en el ejemplo
del biberón que hemos puesto) mezclando el afecto inquietante (el enfado por la
tardanza del biberón) con otro que lo contradiga (la sonrisa por la llegada del
biberón que es un afecto de alegría que contradice al del enfado) Como vemos lo
importante es darle al niño indicios de cuáles pueden ser sus estados internos. Otros ejemplos de aplicación de esta función reflexiva los podemos observar en los padres competentes cuando se comunican lúdicamente con sus bebés y les reflejan sus emociones, esas interacciones que son mágicas pues el bebé y el adulto están conectados cual wifi emocional.
Con los niños más mayores hemos de proceder ayudándoles con
palabras que reflejen cómo se pudieron sentir en distintas situaciones en las que tienen dificultades de regulación y de control de impulsos. Por ejemplo, para los niños que agreden: qué piensan, sienten..., reflejando el estado interno que pueden sentir
(rabia antes de pegar) Lo repetimos como un eco y
lo expresamos. Y si el niño no conoce sus sentimientos, tenemos que ayudarle a
que los reconozca y les ponga palabras. De este modo, comparte la experiencia,
reflexiona y consigue ir aprendiendo a auto-regularse. Es un trabajo largo y lento, pero, para el futuro, sentará unas bases de competencia emocional en el niño.
Fuente para elaborar este artículo: Wallin, D. (2012) "El apego en psicoterapia" Bilbao. Desclée de Brouwer.
Me ha gustado tu entrada de forma especial, quizás porque desde hace tiempo nosotros estamos intentando desarrollar para nosotros (padres=personas)esta capacidad de reflexión, de vernos más allá de nuestra emoción y pensamiento, con la finalidad de entendernos y entender lo que vivimos.
ResponderEliminarY de rebote lo hacemos con nuestra hija.Creo que todo trabajo empieza por uno mismo, no puedo ayudar a mi hija a superar lo que yo no he podido o no se dejar atrás.
Hola, estoy completamente de acuerdo contigo y me encanta la frase: "no puedo ayudar a mi hija a superar lo que yo no he podido o no se dejar atrás" En efecto, eso nos influye en nuestra tarea como padres y nuestra principal labor, como dices, es fomentar la reflexión sobre nuestras propias historias, que si no se elaboran, inciden en cómo vemos, tratamos y educamos a los niños. Gracias por tu aporte, saludos cordiales
ResponderEliminarMuy interesante, pero ¿por qué la referencia a niños adoptados o acogidos? No veo que el texto haga referencia alguna a esos niños en particular.
ResponderEliminarLos niños adoptados o acogidos, (aunque no todos, evidentemente) han podido tener cuidadores o padres con déficit en esta función reflexiva y de ahí que puedan presentar con más probabilidad apegos inseguros. Gracias y saludos.
ResponderEliminarMuy interesante la teoria de la capcidad reflexiva.
ResponderEliminarHay casos de niños adoptados que en los primeros años de su "nueva vida" muestran una buena adaptación en la familia, pero que con el paso del tiempo y acercándose sobre todo a la adolescencia, muestran síntomas de apego inseguro. Supongo que en este momento, por la búsqueda de identidad, verdad? ¿Cómo podemos ayudar a los padres desde una perspectiva más educativa y/o social, a fomentar un apego seguro en sus hijos?
Muchas gracias
Ana
Es una respuesta dificil de dar sin conocer el caso en profundidad, Ana. No sé si el apego estaba insegurizado anteriormente o si la adolescencia, con los cambios que conlleva, puede haberlo insegurizado. Habría que evaluar bien si ese adolescente tiene o no apego inseguro. En la adolescencia los chicos y las chicas necesitan que los adultos no sean invasivos, respeten su intimidad, sean comprensivos pero a la par seguros y firmes. A la vez, hay adolescentes más preocupados y cambiantes e inestables y quizá estos requieren de más presencia y cercanía, de estar acompañando y atentos a lo que necesiten para templarles y calmarles. Otros, por el contrario, pueden ser más hudizos y necesitar que los padres estén disponibles pero en la distancia emocional que ellos necesitan. La paciencia, la perseverancia, la tranquilidad, la reflexión, el orden y estructura normativa y de funcionamiento y los límites claros y transmitidos con serenidad pero con firmeza es lo que necesitan para segurizarse. Un saludo, José Luis
ResponderEliminarGracias José Luis,
ResponderEliminarSoy educadora social y tengo muchas dudas para identificar la tipología de apego en algunos casos de postadopción, sin tener información de las vivencias previas del menor.
Pienso que a los padres adoptivos se les ofrece muy poca información sobre transtornos de apego y vinculación, y la falta de formación al respecto hace que muchos niños tengan muchas dificultades para segurizarse (y no por falta de voluntad de los padres).
Por ello me planteo si muchas de las dificultades que los niños adoptados muestran a los años de su adopción, tienen tanto que ver con las experiencias previas, o con la capacidad "deficiente" de muchos padres para fomentar un apego seguro en sus hijos.
Muchas gracias de nuevo por tus entradas.
Ana
Hola Ana: Muy interesante tu aportación, precisamente yo ando preguntándome lo mismo y la semana que viene escribo sobre la necesidad de incluir en los protocolos de valoración de los padres y de las familias adoptivas de sus propias experiencias de apego, pues que los padres se hayan trabajado sus historias es muy importante para que ellos mismos desarrollen seguridad, la cual pueden transmitirla solo si ellos la sienten (son coherentes y flexibles mentalmente y saben sintonizar emocionalmente y hacer una buena función reflexiva con sus hijos) No sé si se hace esta valoración sobre el estado de mente con respecto al apego en los padres o cuidadores, pero debería de hacerse en caso de que no sea así. Gracias a ti, saludos cordiales.
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