martes, 26 de abril de 2011

¿Cuando hablamos de trastornos del apego, hablamos de patología?

Tras una semana de descanso, vuelvo con energías renovadas y retomo el tema del apego pues -como podéis comprobar los que seguís habitualmente el blog- a partir del extraordinario libro titulado “Vinculaciones afectivas”, de las profesoras de la Universidad de Valencia María José Cantero y María Josefa Lafuente, estoy prácticamente dedicando un nuevo monográfico a este apasionante tema. La profesora María José Cantero es autora de un capítulo del libro (el número 2 titulado: "Calidad del vinculo de apego en la infancia") Y la profesora María Josefa Lafuente es autora de todos los demás, esto es, de los 8 capítulos restantes. Capítulos dedicados a temas tan interesantes y apasionantes como el concepto del apego; el sistema de apego; la formación del primer apego y evolución del mismo durante la infancia; la privación y la separación afectiva en la infancia y la calidad del apego después de la infancia y la niñez. Además, aborda aspectos referidos a otras vinculaciones afectivas como el amor romántico, las relaciones con los iguales y el vínculo de amistad y la vinculación de los padres hacia los hijos. Como vemos, la autoría de casi la totalidad de la obra le corresponde a la profesora María Josefa Lafuente.


Me he puesto en contacto vía correo electrónico con las profesoras María Josefa Lafuente y María José Cantero para felicitarles por su magnífico libro e informarles que lo estoy dando a conocer en este blog. La respuesta de las profesoras ha sido amable y de apoyo y reconocimiento a Buenos tratos; viniendo de dos autoridades en la materia, para mí ha sido muy gratificante. Además, he de destacar la disponibilidad y apertura a la colaboración tanto de María Josefa Lafuente como de María José Cantero, cuyas respuestas me han emocionado por el exquisito trato dispensado y por la ayuda que me han brindado. Pensaréis que así debe ser toda relación con el mundo universitario y sin embargo, no es tan habitual encontrarse personas con cualidades humanas como las de estas profesoras. Desde aquí les envío mi público agradecimiento y el testimonio de mi consideración.


Bueno, entro en materia. El tema que hoy quiero tratar se refiere al concepto trastornos del apego, lo cual puede resonar en la mente de más de una persona, especialmente en la de los padres, a patología. En el diccionario de la Real Academia de la Lengua leemos que "trastornar" significa: “Perturbar el sentido, la conciencia o la conducta de alguien, acercándolos a la anormalidad”; y trastorno: “Alteración leve de la salud”


Y es aquí donde quiero poner el acento: los trastornos del apego no son patología en el sentido de constituir alteraciones como pueden ser los trastornos de ansiedad, del estado de ánimo u otras. Son características o rasgos de personalidad que se adquieren en el contexto de una relación prolongada con los cuidadores primarios de tal manera que el sujeto desarrolla un modelo mental, unas representaciones en su mente –ya presentes a modo de primera previsión, no inmutables desde luego, y evaluables desde el segundo año de vida- acerca de cómo simbolizarse a los otros y la expectativa de cómo le tratarán y cuidarán. Si la continuidad de los cuidados ha estado presidida por el abandono y maltrato al niño, es probable que éste desarrolle unas características diferenciales que se recogen en lo que se llaman apegos inseguros, los cuales no constituyen patología pero le confieren a la persona una especial vulnerabilidad. Hablamos de apegos inseguros (evitativo, ansioso-ambivalente y desorganizado) como formas de ser pero no patologías. La mirada hacia el niño no es patográfica sino fundamentalmente contextual-relacional.


¿Y el apego desorganizado, subtipo de apego inseguro del que hemos hablado en otros post varias veces? Es el subtipo más frecuente en niños maltratados, atemorizados por unos cuidadores desorientados o en menores institucionalizados, y el que más asociación ha mostrado con la psicopatología. Pero tampoco es psicopatología en sí, a pesar de que se observen, a largo plazo, en los niños que lo padecen deterioros cognitivos, emocionales y sociales. Además, como nos dice Siegel, un apego desorganizado supone tener una dificultad para integrar la coherencia de la mente y una tendencia manifiesta a los cambios abruptos de mente que luego se traducen en una elevada dificultad para regular las emociones y la conducta.


¿Cuándo se puede hablar, entonces, de trastorno del apego? He estado tiempo dándole vueltas y reconozco que he estado confuso, pues el tema no es fácil. La lectura del libro “Vinculaciones afectivas” nos ayuda a aclarar dudas en este sentido. Hemos de referirnos a trastorno del apego cuando está presente el Trastorno de apego reactivo –que es sobre el que trata Rygaard en su famoso libro “El niño abandonado”- Para mí, hasta ahora, apego desorganizado y Trastorno de apego reactivo eran casi sinónimos y creo no es así, estaba equivocado.


María José Cantero y María Josefa Lafuente nos dicen en el libro “Vinculaciones afectivas” (pág. 173) lo siguiente: “El trastorno de apego reactivo, que es fácilmente identificable en su dos vertientes (inhibido y desinhibido) está presente en niños maltratados y en menores criados en orfanatos en proporciones superiores a los de la población de niños nunca institucionalizados” Este trastorno está recogido en el Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales en su cuarta revisión (DSM-IV) y presenta una serie de síntomas. En este enlace podéis leer los síntomas descritos por el DSM.


Prosiguen las profesoras: “Las características del patrón desorganizado se solapan con las descritas en el Trastorno de apego reactivo” (pág. 174) Eso mismo me ha ocurrido a mí a la hora de trabajar con los niños. “Por esa razón, Boris, Hinshaw-Fuselier, Smyke, Scheeringa, Heller y Zeanah indican la forma de diferenciarlo" A continuación os pongo las diferencias (pág. 174):


"El sujeto con Trastorno de apego reactivo no ha tenido una figura de apego mientras que el sujeto desorganizado sí pero la relación con la misma fue perturbada. Las alteraciones conductuales se muestran respecto a esa figura concreta y no respecto a otras personas, mientras que el Trastorno de apego reactivo se manifiesta de forma general" He de decir -en mi opinión- que esto no siempre es así de meridianamente claro.


"El sujeto desorganizado tiene un riesgo más elevado que el apegado seguro de ser diagnosticado con Trastorno de apego reactivo, lo que pone de manifiesto que las conductas de los patrones de apego están relacionados con el Trastorno de apego reactivo, pero no son lo mismo que los trastornos de apego.


El sujeto con Trastorno de apego reactivo puede incluso actuar aparentemente como el apegado seguro. Por lo tanto, mostrar pautas de apego inseguro no es ni necesario ni suficiente para manifestar Trastorno de apego reactivo"


Creo que estas precisiones terminológicas nos ayudan a situarnos y comprender mejor a los niños y su forma de comportarse, así como hacer un diagnóstico más certero que nos proporcione un conocimiento del niño y el mejor modo de ayudarle en un tratamiento psicológico.


Porque –necesito aclararlo- de eso se trata: de conocer al niño. No me olvido de la frase de mi profesora de psicodiagnóstico en tercero de carrera: “Diagnóstico significa conocimiento a través de”. Diagnóstico no es adscribir un sujeto a una categoría determinada ni colocarle un cartelito o etiqueta demoledora que nos impida otra mirada hacia el menor. Y, sobre todo, que nos perturbe con pensamientos tipo: "Hay poco que hacer porque es muy grave lo que el niño tiene"


El diagnóstico no sólo es esta categorización (que bien usada -no debemos ser tampoco anti categorías- puede ser útil), sino que es mucho más: comprende la recogida de las experiencias de vida del niño y de cómo han interactuado modelando su ser. Requiere un conocimiento profundo del contexto de vida pasado y presente del niño, de sus rasgos y características, de sus fortalezas y debilidades, de su repertorio de conductas, habilidades y mecanismos adaptativos y de cuáles son necesarios fortalecer y cuales debilitar. Sus ideas, creencias, valores, gustos, aficiones... En suma, conocer a la persona del niño.


Por ello, en este tema de los trastornos del apego -como con cualquier otro en psicología- mucha cautela y prudencia, tal y como la psicóloga Violeta Alcocer -visitad su excelente blog titulado: Atraviesa el espejo- nos indicaba, hace unas semanas, en un acertadísimo comentario. Ni aunque se determine que el niño presenta el Trastorno de apego reactivo hay que llevarse las manos a la cabeza (esto no es más que una descripción sintomatológica, insisto en que hay que conocer a cada niño) Sólo es una primera previsión. Hay que tener presente que el niño es un ser en desarrollo -y por tanto en constante cambio- que puede superar muchas de las dificultades y problemas con la evolución y sobre todo, con la ayuda de toda una red social (padres, cuidadores, profesionales, profesores…) Incluso cuando existen rasgos desadaptativos u otras patologías asociadas que permanecen en el tiempo, es necesario seguir trabajando. Porque el cerebro muestra su plasticidad a lo largo de toda la vida, nos dicen los expertos en neurociencia. Y no debemos olvidarnos del maravilloso fenómeno de la resiliencia que puede transformar a los niños.


Muchos de estos niños lo que necesitan es un recorrido mucho más largo, por la mochila que traen a sus espaldas, de experiencias de buen trato, de aprendizaje de habilidades, de vivencias que desarrollen su empatía, adquirir una identidad de niños "buenos" pese a sus problemas, un sentimiento de pertenencia familiar (el apoyo incondicional de la familia es clave) y social (tratar de encontrar espacios en grupos sanos donde poder relacionarse y “pertenecer a”, tan importante sobre todo en la adolescencia) y… muchas cosas más que requieren de nuestra paciencia y de no tener prisa porque lleguen a ser como los demás tan rápido como los demás. Esto la verdad es que nos puede a todos.


Quiero terminar esta entrada compartiendo materiales e informaciones de interés que me han enviado distintas personas que siguen Buenos tratos.


En primer lugar, Rosa me envía un enlace a un vídeo titulado: "El maltrato sutil". No tiene desperdicio, es impactante pero una realidad, como dice la propia Rosa. Para que reflexionemos sobre determinadas pautas educativas y culturales de las cuales todos hemos sido un poco cómplices alguna vez. No os lo perdáis.


En segundo lugar, Mei me ha enviado la referencia de un libro titulado “El amor maternal”, de la autora Sue Gerhardt. Lo tenéis referenciado en la parte derecha de este blog. Mei me dice que ha empezado su lectura y que le parece interesantísimo. Trata sobre la influencia del afecto en el desarrollo mental y emocional del bebé. Quizá la propia Mei se anime a enviarnos una reseña para que la publiquemos en el blog. ;)


Y, por último pero no menos importante, entre los seguidores y participantes de Buenos tratos cuento con José María Lezana, Jefe de la Sección de Protección a la Infancia de la Diputación Foral de Gipuzkoa, entidad para la que trabajo como psicoterapeuta desde hace unos años. Para mí ha sido una agradable y gratísima sorpresa saber que este blog le gusta y resulta interesante. Me ha enviado un amable correo electrónico para compartir un excelente artículo sobre neurobiología del maltrato infantil, de los profesores Patricia Mesa-Gresa y Luis Moya-Albiol del Departamento de Psicobiología de la Facultad de Psicología de la Universidad de Valencia. Sobre la influencia del maltrato en la infancia -y de la posibilidad de que predisponga al adulto a la violencia- hablamos hace unas semanas. José María Lezana ha tenido el detalle de informarnos a todos sobre este artículo en el que "se revisa y recapitula sobre los resultados obtenidos por diversas investigaciones de tipo clínico sobre las consecuencias estructurales y funcionales del maltrato infantil sobre el sistema nervioso central, e integrarlas y relacionarlas con aquellas descritas en adultos violentos" Se titula: "Neurobiología del maltrato infantil: el ‘ciclo de la violencia’ y podéis descargarlo desde este interesantísimo blog que os invito a descubrir.
Agradezco a todos las informaciones y espero con gusto, como siempre, vuestros comentarios.

miércoles, 13 de abril de 2011

"El apego temprano influye, pero no determina, al menos como único factor"

El apego es el marco teórico que nos proporciona el mejor modelo para comprender los problemas de los niños víctimas de abandono y malos tratos. Hemos hablado -en numerosos posts- de la importancia de la base segura con el cuidador primario, pues el niño interioriza esta vivencia y le sirve para interpretar y crear expectativas respecto a cómo definirse él mismo y a cómo le considerarán los demás. Además, la investigación científica demuestra cada vez con más evidencias, que el apego seguro equivale a un cerebro organizado y capaz de autorregular las emociones. El cuidador se convierte para el niño en una importante fuente de calma ante el estrés de cualquier tipo, convirtiéndose en filtro estabilizador. Las primeras representaciones de apego (el vínculo de apego se establece con el cuidador primario y se diferencia de otro tipo de vinculaciones en su finalidad, pues ésta es la de obtener los cuidados y protección necesarias que garanticen la supervivencia, por eso los niños activan conductas de apego hacia los cuidadores) se forman para el primer año de vida. Durante el segundo año de vida, ya puede evaluarse el tipo de apego de un niño: seguro o inseguro (tipo evitativo, ansioso-resistente y desorganizado) Si el apego inseguro ya está formado en el bebé… ¿Hay poco que hacer? ¿Ya no puede cambiar el niño? ¿Tiene una alteración o trastorno de la vinculación? ¿Existe ese determinismo?


Hemos de afirmar que esto no es así, afortunadamente. Las profesoras Cantero y Lafuente, en el libro Vinculaciones afectivas (más pensado para profesionales, es un excelente manual, escrito por dos expertas profesoras universitarias, para ponerse al día en la teoría y práctica del apego), nos dicen lo siguiente: “Distintos estudios señalan que el desarrollo de un apego seguro a la edad de un año proporciona una previsión del desarrollo social del niño y de su personalidad futura. Por ejemplo, las observaciones realizadas durante la etapa preescolar revelan que los niños de tres años con apego seguro presentan una mayor competencia social: son más curiosos, extrovertidos, populares y autónomos. En contraste, los niños con apego inseguro muestran problemas de adaptación durante la etapa preescolar, que varían en función del tipo de inseguridad desarrollada. Así (…), los niños huidizos fueron descritos por sus educadores como hostiles, aislados socialmente y con dificultades en la relación con los pares; mientras que los niños resistentes fueron descritos como impulsivos, tensos, temerosos y excesivamente dependientes de sus profesores. Asimismo, a la edad de cinco años el patrón de apego desorganizado ha sido considerado el más importante predictor de comportamientos inadaptados durante la edad preescolar. “Una cuestión –prosiguen las profesoras- que surge cuando se analiza la relación existente entre calidad del apego y adaptación social es si el apego determina por sí solo si un niño será sociable o agresivo, autónomo o dependiente, curioso o retraído, etc. La respuesta es obviamente que no, al menos como factor único. Es posible que las diferencias se deban a una continuidad en el tipo de cuidado que recibe el niño, en lugar de a la calidad del apego temprano per se.”


La práctica clínica corrobora este punto de vista. Los niños, a edades tempranas, presentan unas primeras representaciones mentales sobre el apego, nos ofrecen una primera previsión. Si se producen modificaciones posteriormente y la calidad de los cuidados mejora (por cambios en la familia del niño, porque es adoptado o acogido…) sustancialmente, entonces las representaciones de apego pueden cambiar y de hecho, cambian. Por lo tanto, cuanto antes el niño se desarrolle en un entorno que garantice la cobertura de sus necesidades y fomente el apego seguro, cuanto antes se garantice la CONTINUIDAD, como dicen las profesoras, de los cuidados, mejor que mejor. Y también apuntaría otras dos variables –de las cuales las autoras también hablan-: el periodo de la vida en el cual los niños sufren el abandono y/o los malos tratos (el periodo de los 0 a los 3 años es capital porque es una etapa sensible y el cerebro realiza una maduración dependiente de las experiencias de buenos tratos más que en ningún otro periodo) y el nivel de gravedad de las experiencias adversas sufridas; a mayor gravedad, más daño. Pero aun así, no debemos ser deterministas y afirmar que no hay nada que hacer. Las experiencias posteriores -aunque el niño haya vivido muchos años en un contexto de desprotección (abandono, malos tratos, negligencia… física y emocional)- pueden favorecer la recuperación de los niños en un grado elevado, sobre todo porque podemos trabajar para que éstos desarrollen el maravilloso fenómeno de la resiliencia. Será potenciar una resiliencia secundaria (pues la primaria, que es la que ofrece el apego seguro, fue deficitaria) en la cual entretejamos una red de apoyo para ayudar a que ese niño pueda desarrollar estrategias que le permitan rehacerse y crecer desde esa adversidad. Una vez más, el papel de unos cuidadores que sean capaces de ser tutores de resiliencia para estos niños es fundamental.


Termino con una frase del libro Vinculaciones afectivas, de las profesoras Cantero y Lafuente: “Además, conforme los niños crecen se enfrentan a nuevos retos en su desarrollo, a nuevos entornos sociales y a nuevas relaciones, todo lo cual puede alterar los efectos a largo plazo de un apego seguro o inseguro en la primera infancia” El papel de las relaciones sociales posteriores es también clave y puede constituirse en una importante fuente de resiliencia. Encontrar en otras personas y grupos apoyo, comprensión, orientación, seguridad, actividad constructiva, transformación creativa, otras miradas, valores, sentimiento de pertenencia… puede entretejer en torno a la persona esa red -externa e interna- que le proporcione unas experiencias que le posibiliten cambiar la manera de representarse a los demás. Pienso en casos concretos que me vienen a la mente; por ejemplo niños con experiencias muy duras de privación afectiva y física extrema, durante muchos años, con los que trabajo en mi consulta. Y veo que -con mucho esfuerzo, incondicionalidad por parte de los padres, tratamientos (psicológico, farmacológico a veces), paciencia, tiempo, constancia, socialización semi-estructurada, actividades (deportivas, musicales, artísticas… que supongan expresión y creación para liberar las emociones)- salen adelante -con sus recaídas y problemas y, en ocasiones, con la reactivación de sus angustias internas, lógicamente- de manera bastante adaptada.


Espero, como siempre, con gusto, vuestros comentarios.


Me despido de todos/as vosotros/as amigos y amigas de Buenos tratos hasta el martes 26 de abril, en el que publicaré una nueva entrada, pues me voy unos días de vacaciones. Os deseo a vosotros y a vosotras, a todos/as, unas felices vacaciones de Semana Santa. Ondo pasa!

lunes, 4 de abril de 2011

Retraso en el desarrollo como consecuencia del abandono físico y emocional

Una de las nefastas consecuencias del abandono físico y emocional que han padecido algunos niños en sus primeros años de vida es el retraso o inmadurez en el desarrollo. Aunque el abandono y sus consecuencias juegan un papel determinante, también actúan mecanismos epigenéticos; es decir, que herencia-ambiente colaboran estrechamente en la aparición del retraso, alterando funcionalmente el sistema nervioso del niño en desarrollo.



Pero, efectivamente, en el caso de los niños víctimas de abandono, es muy frecuente observar retraso en el desarrollo. He conocido, en mi trabajo como psicólogo, muchos casos y todos tenían como denominador común la dura experiencia del abandono físico y emocional. Cuando existe un retraso, el nivel de desarrollo en una, varias o todas las áreas presenta un nivel inferior al que debería mostrar a su edad. Normalmente, los instrumentos que pueden medir este retraso son las baterías de desarrollo. Dependiendo de las desviaciones de la media que el niño obtenga en las puntuaciones de los ítems correspondientes a cada área, el nivel de desarrollo será menor o mayor.


Los niños con retraso o con inmadurez en el desarrollo suelen presentar un nivel inferior en todas o algunas de las siguientes áreas de desarrollo: motor, lenguaje, cognitiva, social y adaptativa. Es posible que también puedan presentar problemas de comportamiento asociados con esta inmadurez o debido a otros factores.


Los efectos de la sinergia entre la maduración del sistema nervioso del niño y la estimulación consiguen avances, pudiendo llegar a una recuperabilidad total o parcial. En los casos de trastorno, el niño presenta las limitaciones propias del mismo, pero no por ello debe resultar un impedimento para no conseguir los niveles más altos posibles de competencia social, emocional y cognitiva, así como de autonomía.


En los casos de retraso en el desarrollo asociados a abandono físico y emocional, desde que hemos conocido a Rygaard (su libro “El niño abandonado”) y otros autores, sabemos que los cuidados sensibles y empáticos fortalecen las conexiones entre las neuronas. En el momento del nacimiento, el bebé presenta miles y miles de redes neuronales dispuestas a fortalecer sus conexiones. La repetición de un patrón conductual por parte del cuidador (como nos explica Siegel en su libro “La mente en desarrollo”) trae consigo que se excite un grupo de neuronas y se interconecten entre sí generando patrones de activación que transportan información. Si ese patrón conductual se repite y se repite, las conexiones tienden a afianzarse y se incorporan como rasgos o características en el individuo. Las conexiones que no se utilizan, se descartan (el cerebro sigue un principio explicado por el autor Linden: “Úsalo o tíralo”) Así, como el trabajo de un buen jardinero con sus setos, se produce lo que se llama poda cerebral. Esto significa, siguiendo con la metáfora, que las ramas de los setos que no sirven se cortan y se tiran. Y las que sí sirven -porque se usan- quedan bien fortalecidas y bien interconectadas mediante mecanismos bioquímicos. Como un seto bien cortadito y arregladito por el jardinero.


Esta estimulación sucede y actúa sobre todas las áreas del cerebro: la motriz (existen unas etapas para el desarrollo de la motricidad); la del lenguaje (existe un periodo para la adquisición del lenguaje donde el niño es como una esponja y su cerebro está plástico para poder comprender y expresar. Sobre todo repetir, mediante el juego, las canciones, los balbuceos, las caricias, las risas…; la emocional (existe un periodo, coincidiendo con el apego centrado, en el que el niño aprende la función reflexiva, esto es a conocer su mundo interior y desarrollar las herramientas cognitivo-emocionales que le permitirán etiquetar lo que siente y lo que sienten los demás; los padres favorecen esto mediante la experiencia del apego seguro); la social (cuando el niño desarrolla un apego seguro, se activa su sistema de exploración, se abre al mundo y a los otros, empieza a relacionarse con los demás porque están sus cuidadores, su base segura, para poder retornar en caso de peligro. Cuando se va relacionando con los otros, va produciéndose el fenómeno de aprender la regulación emocional relacional) Y la dificultad regulatoria está en la base de los déficits de atención que presentan estos niños, pues la presencia continuada del cuidador es la primera experiencia de atención que no han tenido pues éste no ha dispuesto un buen sistema de cuidados para el bebé.


Bueno, ya vemos como este ambiente protector y estimulante es vital para el adecuado desarrollo del sistema nervioso (y colabora estrechamente con los genes mediante los mecanismos epigenéticos, como vimos la pasada semana)


Si el niño sufre escasa estimulación o lo único que ve todo el día que permanece tumbado en una cuna del orfanato es el techo blanco, o ha vivido largos periodos de angustia o depresión por la ausencia prolongada de contacto y afecto maternos, las redes neuronales que se interconectan son menores y de menor fijación (las redes neuronales que transportan la información pueden compararse a un camino en la nieve: si los caminantes pasan muchas veces, se abrirá un sendero bien definido y marcado; si los caminantes pasan pocas veces, el camino será más débil) Si el estrés que han vivido es prolongado e intenso -por la angustia de separación o abandono del cuidador o por los malos tratos-, se genera un exceso de cortisol, hormona del estrés que, -como nos ha explicado Rafael Benito psiquiatra de la Clínica Quirón de San Sebastián-, puede dañar las neuronas. Es por ello por lo que, al llegar a los hogares donde les espera el contexto protector, nutritivo y de buen trato, empieza un largo camino: el lenguaje puede ser escaso y desorganizado, el habla mal pronunciada, el nivel motriz por debajo de la media, etc. Como vimos en el estudio de los orfanatos de Rumanía, del psiquiatra Zeanah, los niños van recuperando, poco o mucho, este retraso. Lo que no se recupera de igual modo son los mecanismos autorregulatorios emocionales y comportamentales que están en la base de los apegos desorganizados y de los problemas de hiperactividad: la ausencia del cuidador les deja mucho más vulnerables a la descompensación y el estrés.


¿Cómo se puede ayudar a los niños que presentan un retraso en el desarrollo y que recuperan lenta y tardíamente o presentan un trastorno? Hay que disponer y proporcionarles todos los recursos posibles en forma de estimulación temprana, apoyo psicopedagógico y psicoterapia. Ocurre que la presión social porque lleguen a equiparase a los demás, por la “normalidad” es enorme. La mayoría de los padres refieren que a ellos lo único que les importa es que su hijo sea feliz; pero no nos engañemos: todo padre y madre se preocupa (a mí me preocuparía, desde luego) cuando ve que su hijo no alcanza el nivel escolar, no rinde al nivel esperado, se distrae, se bloquea ante los deberes, no comprende, sufre comparaciones entre los propios niños, se siente con baja autoestima, no sabe o no tiene recursos para relacionarse con los compañeros adecuadamente…

Los niños, desde luego, sufren por impotencia y terminan siendo las víctimas. Algunos, ni siquiera entienden por qué deben estudiar, qué sentido tiene en sus vidas. ¿Qué van a hacer ellos si nadie les dio los nutrientes físicos y afectivos que necesitaban para un adecuado desarrollo? Recuerdo el caso de un joven adoptado a la edad de nueve años, cuya vida se había caracterizado por recorrer diariamente muchos kilómetros para poder encontrar comida en un pueblo cercano, con su hermano a hombros. Además, a las noches, debía de estar vigilante para tratar de proteger a su madre y hermano de las palizas que el padre les daba cuando llegaba bebido. Al llegar a la familia e incorporarse al colegio -nunca había asistido a clase-, no entendía el sentido del estudio. Él quería trabajar y esto propiciaba muchos choques con los padres y profesores. No olvidemos que muchos chicos y chicas puede que carezcan de los cimientos emocionales y cognitivos que están en la base del aprendizaje escolar, pero pueden ser muy buenos profesionales.


¿Cómo convertir la experiencia escolar en una vivencia que no ahonde en el sufrimiento de estos niños y sí en una vivencia resiliente?


Aludir a la institución escolar es hacerlo a un ente abstracto. Hablar de qué debe hacer la escuela es hablar de ¿quién? En mi opinión, al final, sea el sistema que sea, debemos de aludir a la buena disposición, profesionalidad y dedicación de los maestros y maestras que quieran formarse en este campo, y que quieran tener (lo más importante) un compromiso personal con estos niños porque piensan que sacarlos adelante es tarea de todos. Por ello, en suma, todo depende del tutor o tutora que le toque al niño: que sepa ganárselo, sea firme y cariñoso, interprete adecuadamente por qué no puede aprender como los demás y le transmita un mensaje desculpabilizador , baje la exigencia (exigencia no es esfuerzo), le refuerce positivamente, colabore con los padres (no que les presione), le dedique todo el tiempo que pueda… En fin, se constituya en un tutor de resiliencia que acompaña al niño sabiendo que lo más importante que puede hacer por él es tener otra mirada en la que aquél sienta que su profesor/a quiere que aprenda y se eduque para la vida. Yo he trabajado en coordinación con muchos de estos profesionales y probablemente no saben en verdad, cuán de importantes fueron en sus vidas.