miércoles, 25 de junio de 2008

Preocupa, y mucho

En El Diario Vasco leo la siguiente noticia que preocupa, y mucho: “El fenómeno de la pornografía infantil, cada vez más extendido por culpa de internet, está evolucionando y cada vez son más los «consumidores» de este tipo de material, que, alentados por la «fama» que les ofrece la red, deciden «pasar a la acción» y protagonizar ellos mismos abusos a menores. Es la alerta lanzada por el jefe del Grupo de Delitos Telemáticos de la Guardia Civil (GDT), Juan Salom, que asegura que si, hasta hace poco tiempo, era difícil localizar a un agresor sexual de menores, ahora es raro que no sea detenido alguno de ellos en cualquiera de las recientes operaciones contra la pornografía infantil en Internet”

Por la noche (día 23 de junio de 2008), en un programa radiofónico de ámbito nacional, un locutor asevera que del mismo modo que el lobby de presión homosexual fue capaz de eliminar la homosexualidad como enfermedad mental de las clasificaciones diagnósticas, no es descabellado pensar que esta otra población (los pederastas) será capaz de quitar este trastorno del mismo manual de alteraciones mentales. Pienso que es una exageración del locutor.

En El Diario Vasco de hoy (25 de junio de 2008) vuelvo a leer que en Internet se ha encontrado una página en la que pederastas reivindican celebrar el día del orgullo pederasta. El Ministro comparece para expresar que perseguirán todas estas exaltaciones y que lucharán para erradicarlas, a ellas y a los pederastas. No obstante, mi preocupación, y mi disgusto, van en aumento. Empiezo a no ver tan disparatado lo que el locutor radiofónico expresaba la pasada noche.

Comparar la pedofilia con la homosexualidad es absurdo. En el segundo de los casos, es una orientación sexual (dentro de la normalidad) libremente escogida por un adulto que desea mantener relaciones sexuales y afectivas con otro adulto los dos, se supone, con consentimiento y con capacidad para decidir. En el primer caso, no hay que soslayar que se trata de menores de edad, con la personalidad sin formar, que no tienen por lo tanto suficiente grado de conciencia para decidir y consentir una relación sexual, que están en una posición de sumisión ante un adulto que domina la relación (por lo tanto, un abuso de poder) Es tener sexo con personas (niños) que aún no pueden comprender. Eso es un abuso en toda regla y como tal deberá seguir siendo considerado siempre. El adulto es quien debe de poner los límites a la relación con un niño. El menor, además, es lo que espera. Todo lo demás es traicionar su confianza y hacerle un daño con consecuencias irreparables, en algunos casos. Lo más dañino para el ser humano es la violencia ejercida por el hombre para el hombre.

La pedofilia viene en las clasificaciones diagnósticas como trastorno mental, y ahí deberá seguir para siempre. Ahora bien, lo más importante no es tanto el trastorno en sí como la incidencia que tiene éste en la capacidad de pensar y actuar, si altera o no el juicio y la voluntad de la persona. Y en casi todos los casos el pedófilo sabe lo que hace y quiere hacerlo. Es una aberración que una persona llegue a violar a un bebé y ante eso no queda otra respuesta que la protección que la ley otorga al ciudadano.

Además de intentar adoptar todas las medidas terapéuticas que sean científicamente contrastadas como eficaces, pienso que las medidas penales deben endurecerse, pues estas personas puede que necesiten el límite externo como un freno cuando no hay autocontrol.

Por otro lado, tendríamos que reflexionar acerca de qué está ocurriendo en nuestra sociedad respecto a los valores morales.

jueves, 19 de junio de 2008

"Estoy asediado"

Así me definía en la consulta, la pasada semana, cómo se sentía una persona que padece obsesiones.

Las personas que padecen obsesiones, o lo que las clasificaciones diagnósticas llaman Trastorno Obsesivo-Compulsivo, padecen un cuadro que genera en ellas alta ansiedad y un grado de deterioro de su actividad considerable, pues sus contenidos interfieren notablemente en su vida cotidiana.

Esta semana un paciente me hablaba de la incomprensión que recibe incluso por parte de los más allegados, que piensan que es una cuestión de voluntad. Todo esto aumenta más su culpabilidad y su desánimo. Es un trastorno, y como tal requiere tratamiento. Nadie culpa a un paciente por tener dolor de estómago; pues tampoco se debe culpar a una persona por padecer obsesiones.

Vivir con obsesiones es una tortura que solo lo saben quienes lo padecen. En contra de su voluntad, y aún sabiendo que es absurdo, se pueden enfrascar y quedar atrapados por un pensamiento, imagen o impulso; los contenidos son muy variados: limpieza, orden, simetría, cuestiones sexuales, identidad y las cosas más absurdas que uno se pueda imaginar (por ejemplo contar hasta 100 primero de dos en dos y a partir del número 50 de tres en tres, como le pasaba a una persona… Y así varias, incluso muchas, veces)

El pensamiento (o la imagen, el impulso o el deseo) asedia la cabeza de la persona, como dice el paciente de mi consulta.
Las obsesiones peores son las de contenido autolítico, como por ejemplo, pensar repetidamente en que uno va a suicidarse o hacerse daño. O hacer daño a sus seres queridos.

Normalmente, la persona hace esfuerzos por quitarse estas imágenes de la cabeza, por poner fuera de ella los deseos y/o el impulso de hacer/decir algo que se teme mucho y genera alta angustia. Y para ello, la mente crea pensamientos o imágenes cuyo fin es neutralizar ese pensamiento o impulso. Por ejemplo, si pienso en que me tiraré por la ventana, repetirme constantemente lo contrario. Cuanto más esfuerzos se hacen para neutralizar el pensamiento obsesivo, con más fuerza se instala el mismo. La persona queda atrapada en una espiral difícil de salir que le crea enorme confusión, pues ya no sabe discernir entre contenido obsesivo, contenido normal o pensamiento que pretende abortar o cortar la obsesión. Mucho tiempo puede dedicársele a los contenidos obsesivos, de modo que la vida social, laboral y familiar puede verse seriamente afectadas. Al final, el desánimo hace mella en la persona, que se deprime ante semejante sufrimiento.
Otro tipo de compulsiones son las denominadas motoras: limpiar (barrer, por ejemplo, meticulosa y ordenadamente, incluso casi sobre limpio); ordenar los efectos personales según un ritual (el caso de una señora que pasaba horas para doblar simétricamente sus faldas) La obsesión es una sobrevaloración de virtudes, así como un temor irracional a que pasen consecuencias temidas (contaminarse o infectarse si no se limpia a conciencia) si no se hace de acuerdo a un protocolo rígido e inflexible. La compulsión sería la conducta motora que se pone en marcha para calmar la ansiedad: en el ejemplo de la obsesión por la limpieza, el acto en sí de barrer de acuerdo a unas pautas fijas llamadas rituales. Estos rituales aliviarían a corto plazo el malestar, pero a largo plazo instalan y agravan el problema.

Desde aquí pedimos comprensión para estas personas. Es cierto que también, en ocasiones, hacen sufrir a quienes les rodean, pero los primeros afectados son ellos. Hay que tratar de hacerles comprender que tienen un problema y dirigirles a tratamiento. La medicación es necesaria sobre todo cuando los síntomas cursan con alta angustia y el cuadro se complica con depresión u otros trastornos. El abordaje psicológico es imprescindible, pues aportará a la persona estrategias conductuales para enfrentar las obsesiones. Una vez que se ha conseguido la mejoría, será necesario revisar la propia vida y la personalidad (habitualmente suelen ser personas muy rígidas, disciplinadas, racionales, que constriñen sus emociones, hipermetódicas, categóricas y estructuradas en compartimentos, que sobrevaloran virtudes y que tienen una conciencia muy estricta; también pueden ser muy controladores) para trabajar aspectos de la misma que favorecen las obsesiones.

lunes, 9 de junio de 2008

Conducta de robo y carencias tempranas

Un síntoma que se observa en los niños víctimas de abandono y maltrato es la conducta de robo. Si las carencias padecidas son severas, parece existir más probabilidad de que se desarrolle este síntoma. Y si el daño se produjo en la etapa que transcurre entre los 0 y los 3 años, también es más probable que se dé. Parece que los varones lo presentan en mayor proporción que las mujeres, aunque esta es una información de mi actividad clínica, no un dato proveniente de investigaciones científicas.


Esta conducta genera, y es comprensible, alto malestar en los padres de acogida, en los adoptivos, en los educadores de los centros de menores… ¿Cómo puede un niño robar a los que tiene más cerca y se ocupan de su cuidado? ¿Por qué no interioriza que eso no está bien? También padecen elevados niveles de estrés, porque pueden coger cosas a conocidos, a vecinos, a amigos… A veces la convivencia se convierte en un infierno, o en un sistema casi policial, porque se llega a situaciones que provocan gran sufrimiento en los padres pero que no tienen más remedio que poner en marcha: guardar el dinero en sitio seguro, restringir las salidas del niño para evitar problemas, y hasta registrar al menor. Además, los niños o adolescentes suelen ser especialmente hábiles para negar el robo, incluso aunque sea evidente. Pero no tenemos que olvidar que algunos menores de edad que niegan la conducta de robo (aún siendo ésta flagrante) puede que no sea un intento de ocultamiento o manipulación sino un síntoma disociativo. En este caso, este menor de edad puede presentar un apego desorganizado con síntomas o trastorno disociativo. Recomiendo consultar con un psicólogo especializado en apego y trauma cuanto antes. Para saber más sobre disociación, podéis leer éste y este otro post.


Los comportamientos que han tenido un valor para la supervivencia se mantienen en el tiempo, incluso fuera de condiciones de vida extremas; la vía inferior del cerebro queda hiperactivada y el cerebro queda fijado en posición de supervivencia de por vida. Robar comida, por ejemplo, responde a una situación de privación anterior; el cerebro emocional, la memoria emocional, pide acumular lo más posible porque recuerda la carencia pasada. Harpo, el mudo de los Hermanos Marx, comentaba en su biografía (pasó necesidades en su infancia) que un día se compró una bolsa enorme de regaliz y se la comió entera, hasta tal punto que se produjo un gran malestar por la excesiva ingesta y el empacho. Ya era rico y tenía dinero, pero su cerebro recordaba la escasez y le empujaba, con la fuerza que un ariete rompe una puerta, a comer más y más regaliz.


El dinero se roba porque con ello el niño también trata de compensar la carencia, sobre todo la afectiva, pues imprime sensación de valor a la persona y ésta se reviste de la omnipotencia que socialmente otorga el dinero (no olvidemos que en la sociedad es un Dios), de un traje que le hace sentir alguien importante porque, en el fondo, se siente devaluado (fue abandonado) El dinero ejerce un fuerte influjo, una alta excitación, lo cual hace que el acto de robar sea incontenible para el niño. Pero hay que verlo siempre como una difunción si queremos ayudar al menor a superarlo.


Cuanto más pequeño es el niño, y más daño psicológico presenta, más tenemos que pensar que el robo tiene un significado de compensación de las carencias vividas. Todavía no tiene un componente antisocial claramente definido, aunque lo puede llegar a tener con el tiempo. Tenemos que comprender esta conducta como un deseo inconsciente del niño de rodearse de objetos o cosas que le hagan sentirse con valor (todo niño abandonado se siente devaluado y degradado) También hay que saber que estos menores no han desarrollado la capacidad de distinguir entre fantasía y realidad. No son conscientes de su propio rol en lo que les pasa. "¿Me imagino yo que he robado o realmente lo he hecho?"- se suelen decir al ser descubiertos. Esto puede sorprender, y de hecho sorprende a muchos padres adoptivos y de acogida, pero suele ocurrir en muchos casos, sobre todo en los más pequeños. En el libro de Peter Niels Rygaard se explica cómo esto sucede en los niños que sufren trastorno del vínculo de apego severo.



Cuando roben, hay que reaccionar con serenidad; hay mucho más que ganar que perder con una actitud firme pero amable: mostrar empatía haciéndoles ver que sabemos que esa conducta les ocurre porque han sufrido mucho en la vida y ahora no saben controlarse, pero que ese comportamiento (vamos contra la conducta, no contra la persona) no se debe hacer. Y que nosotros le vamos a ayudar. El niño se enfadará, rabiará, negará… y debemos manejarlo con calma. No conviene que nos vean desbordados por su comportamiento. Nuestro mensaje tiene que ser el que acabo de mencionar: “Puedes enfadarte si quieres, -con firmeza y serenidad- pero vas a hacer algo para reparar el daño que tu comportamiento ha hecho” No recomiendo los castigos (y menos quitándole dinero de su paga) sino las acciones reparadoras que le lleven a ser consciente de sus actos, la trascendencia que tienen y el impacto que producen en los otros. No hay que olvidar que es posible que no tengan interiorizadas, por su inmadurez, las relaciones de causa-efecto.



Y hay que poner en marcha medidas que les permitan un control externo: guardar las cosas en un lugar que no puedan entrar, no dejar el dinero a la vista y con fácil acceso... Y hay que decirles que esto se hace para ayudarles, hasta que desarrollen un autocontrol. “Si yo actúo así, entonces no tienes problemas” –deben de decirle los padres. El psicólogo que les trate debe de conocer que roba, y trabajar con el niño explícitamente estos comportamientos, para desarrollar, a largo plazo, autocontrol y para abordar qué le ocurre (qué piensa, siente...) cuando comete un robo.


Si son adolescentes y el problema está más arraigado, es cuando entra el componente antisocial. Se ha interiorizado esta conducta y es más difícil modificarla. Sobre todo porque puede suponer poner fin a muchos privilegios a los que accede con el dinero. En estos casos, estos jóvenes parecen necesitar un límite externo que les ayude a reaccionar. No obstante, hay que proceder del mismo modo que en párrafos anteriores y trabajarlo en la terapia. Pero, insisto, el límite externo puede ser necesario cuando el problema está muy asentado.

jueves, 5 de junio de 2008

Especialista Universitario en Asistencia a las Víctimas de Experiencias Traumáticas

He recibido una información interesante para todas aquellas personas que desean formarse en el tratamiento de personas víctimas de traumas, uno de los temas estrella de este blog, como vais viendo.

Se trata del Título de Especialista Universitario en Asistencia a las víctimas de Experiencias Traumáticas, organizado por la Universidad del País Vasco.

En la presentación del curso podemos leer que “la investigación y la docencia desarrolladas sobre los problemas psicológicos y sociales de las víctimas de sucesos traumáticos han sido muy escasas hasta la fecha. Se ha prestado una mayor atención a los delincuentes que a las víctimas. Esta circunstancia ha hecho que los profesionales que trabajan en relación con las víctimas carezcan de una formación profesional rigurosa. El título de especialista trata de cubrir este hueco y de aportar una formación profesional y práctica precisa desde una perspectiva multidisciplinar. Está dirigido a estudiantes recién licenciados que quieran encaminar sus pasos por el ámbito de la victimología o a profesionales que, de una manera u otra, están en contacto con las víctimas y que quieren ampliar sus conocimientos para ayudarles de una forma más efectiva”

Así es, muchos de los profesionales que trabajamos con personas traumatizadas echamos de menos una formación específica en este terreno. En este sentido, este curso cuenta con un temario completo e impartido por profesionales de prestigio, con amplia experiencia y conocimientos en el tema.

Para más información sobre características, organización, programa, metodología y matriculación, podéis visitar esta página web: